En
los aeropuertos todo es más grande: las cervezas, las facturas, los ingleses…
Pero, en líneas generales, se está bien. Uno cree vivir en un mundo donde todo
encaja, la gente que viene y va, los aviones que despegan y aterrizan, como si
el destino fuera los paneles de horarios y puertas que jalonan el espacio. Sin
embargo, en un aeropuerto la vida está suspendida, y las personas en tránsito.
¿Adónde van en realidad? ¿A Barcelona, a Madrid, a Granada? La única que lo
sabe a ciencia cierta es una niña de nueve o diez años que va vestida de
astronauta: zapatillas de plataforma, pantalones plateados, un anorak blanco,
gafas oscuras como una escafandra y una gorra dorada. Se pasea como si
estuviera en una pasarela, que es lo que a veces parece un aeropuerto, aunque
no sepamos adónde nos lleva. También lo sabe Pedro Sánchez, que le ha ofrecido
a Quim Torra un documento con cuarenta y cuatro medidas que suenan más a
financiación autonómica que a independencia. ¿Quién de los dos es el que le
está tomando el pelo al otro? ¿O son los dos? Como si me leyeran el
pensamiento, los altavoces recomiendan prestar atención a los objetos
personales y llaman a los despistados, que se quedaron atrapados entre dos
puertas. ¿Estará por aquí el ministro Ábalos? ¿Seguirá hablando con la
canciller venezolana? ¿Se habrá quedado a vivir esta mujer en el aeropuerto de
Barajas? Me la imagino escondiéndose en los baños, comiendo en los bares,
comprando ropa, tabaco y souvenirs que nunca podrá llevarse a Venezuela. “¡Que
no, que no vuelvo!”, le gritará por teléfono a Nicolás Maduro, tentado también
de quedar en un avión con un ministro español para escaparse luego y vivir en
la zona internacional del aeropuerto, huyendo de dictaduras, bulos, versiones y
malas noticias. ¿Son las personas como las mercancías? ¿Están sólo en tránsito
hasta que atraviesan la aduana? Lo está esa familia que corre entre las mesas,
tirando vasos y sillas y molestando al personal. ¿Cogerán por fin el avión? ¿Serán
capaces de despertar de este sueño? Quizá no, y se queden entonces varados para
siempre en este paraíso artificial creado para gastar dinero y matar el tiempo.
Pero luego, lamentablemente, habrá un momento en que nos repongamos de tanta
felicidad amnésica, cuando carecíamos de rumbo y de cuerpo, y debamos subirnos
a un avión y viajar a nuestro destino para maldecir, una vez más, el día en que
decidimos tener una sola vida y vivir en un solo lugar.
IDEAL (La Cerradura), 9/02/2020
La Delcy quiso hacer una jugada contra los demócratas venezolanos y lo que le salió fue una sustancia adherida al ventilador, que salpicó al gobierno español
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