Últimamente
abundan las noticias de sucesos: agresiones en hospitales, explosiones,
atracos, tiroteos, ajustes de cuentas, aparición de cadáveres. Quizá es que
ahora les prestamos más atención que antes, pero la población parece contaminarse
del ambiente bélico que preside los informativos y las redes sociales. Nos
basta una provocación para que saquemos la violencia que llevamos dentro, sin
necesidad de tener que cumplir nuestros sueños de Madelman y alistarnos como
voluntarios para luchar en el frente de Rusia, como hicieron algunos de
nuestros abuelos. Como siempre, hay quien aprovecha para sacar sus propios miedos
y culpar a la inmigración, porque ciertamente la sociedad española está
cambiando. Dentro de poco, buena parte de la población no habrá nacido en
España. Pero esto es bueno, pues mitiga el envejecimiento y la escasez de mano
de obra, y es una de las razones que explican el buen funcionamiento de la
economía española. Sólo en los últimos años se han asentado en España más de
cuatro millones de personas procedentes de países latinoamericanos. La
facilidad para obtener la nacionalidad (sólo se les exige la residencia durante
dos años) explica este fenómeno migratorio, y que muchos de ellos sean
descendientes de exiliados españoles. Nuestros abuelos murieron en distintas
partes del mundo, y quizá en el fondo guardaban las mismas razones. Y qué
triste resulta comprobar años después lo poco que nos ha servido su ejemplo, porque
seguimos alentando el odio al extraño. Lo vemos en el Congreso de los
Diputados, pero también en la Facultad de Derecho de Granada, donde esta semana
la exdiputada y excandidata a la presidencia de Andalucía por Vox, Macarena
Olona, ha dado el salto del ángel por encima de los manifestantes que querían
impedir que participara en una charla sobre feminismo. No sé si por eso vestía
de verde militar, pero se trataba de dar un espectáculo que ha terminado en
bochorno, con ella en el hospital, denunciando lesiones y tocamientos, y con
dos manifestantes en el juzgado. “Abajo represión”, gritaban los compañeros en
la puerta. ¿Qué represión? En teoría se puede discutir sobre cualquier cosa,
pero se han normalizado los escraches en los extremos tanto de la izquierda
como de la derecha. Es otra forma de violencia, a la que sin duda contribuye el
vodevil permanente que se interpreta en el Parlamento. Sin embargo, se hurta el
debate sobre las cuestiones más importantes. Por ejemplo: sobre cómo y por qué,
en este contexto bélico, se va a rearmar España. Son decisiones que no puede
tomar sólo el Gobierno.
IDEAL (La Cerradura), 23/03/2025
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