Si hay un tema que revela nuestras contradicciones es la
inmigración. En un mismo día, puedes leer en el periódico la noticia del apaleamiento
de un ciudadano de origen senegalés, otra sobre el desembarco de una patera en
una playa de Castell de Ferro o de la reapertura de una tienda en Sorvilán
gracias a la iniciativa de una joven ecuatoriana. Aquí se revela lo mejor y lo peor
del ser humano. Lo peor, ver a un Geyperman dedicándose a placar a personas medio
ahogadas en la playa y a retenerlas hasta que llegue la Guardia Civil. O los
que se aprovechan de los sin papeles que viven en la calle y tratan de buscarse
la vida. Le pagamos poco o nada para que limpien la casa y como se queja le
damos una paliza con una barra de hierro y le azuzamos al perro para que lo
aterrorice, le muerda o las dos cosas. La localidad alpujarreña de Sorvilán,
sin embargo, vuelve a tener una tienda de comestibles gracias a Anggy, una
ecuatoriana de 35 años, y a las subvenciones del Ayuntamiento de Sorvilán y de
la Diputación de Granada para darle vida a la España vacía. Es un buen ejemplo
de cómo las administraciones públicas pueden actuar coordinadamente para
fomentar una idea de país. Y para que exista una inmigración ordenada. No es el
caso de Anggy, que lleva ya muchos años en España y está casada con un sorvilanero,
pero a muchos inmigrantes les encantaría poder repoblar algunas de las aldeas y
pueblos que han sido abandonados. Gracias a la inmigración, España ha alcanzado
este año los 49,3 millones de habitantes, 650.000 de los cuales son extranjeros
recién llegados. Dos de cada diez personas empadronadas en España han nacido en
otro país, y como el resto aspiran a trabajar, cotizar a la Seguridad Social,
pagar impuestos y beneficiarse de los servicios públicos. Y las
administraciones deben facilitar la integración. Lo contrario que ha hecho el
Ayuntamiento de Jumilla, en Murcia, que ha prohibido el uso de las
instalaciones municipales para la celebración del final del Ramadán a una parte
importante de la población, que es musulmana. Aunque en España exista la
libertad religiosa y de culto. La integración pasa por la solidaridad y la
educación. Al tipo que retuvo a un inmigrante en Castell de Ferro clavándole
una rodilla en la espalda para inmovilizarlo sobre el suelo, le vendría bien pasar
unos días encerrado en el CATE de Motril. Quizá, rodeado de inmigrantes,
aprendiera a valorar los derechos humanos.
IDEAL (La Cerradura), 10/08/2025
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