¿Cómo
serían las caras del siglo pasado? Me lo he preguntado al leer el anuncio de un
“casting” para una película que se va a rodar en Granada. Si nuestra fisonomía
ha cambiado tan poco como nuestras costumbres, a pesar de los móviles, internet
y la IA, me imagino que no serán muy diferentes, aunque pensemos en personas de
aspecto rudo, con la piel seca y rugosa y una expresión famélica, quizá, una
cara dura, que no es lo mismo que un caradura. Sobre esa parte del cuerpo que
muestra y esconde al mismo tiempo todo lo que somos, abundan los refranes y los
clichés. Si la cara es el espejo del alma, los ojos son sus delatores, decía el
filósofo, y ahí tenemos a los portavoces de los partidos políticos, midiéndose
con la mirada, poniendo buena o mala cara, acaso una careta, antes de echársela
en cara al contrario y mostrar un mundo a cara o cruz, pero sin dar nunca la
cara, porque nunca se les cae de vergüenza, aunque se lo pidan la UCO, la
judicatura o los propios votantes, que niegan que todavía tengan el santo de
cara. Quizá la productora cinematográfica se ha equivocado al poner los
anuncios para encontrar caraduras. Los problemas de España no cambian de siglo.
Corrupción en la clase política y aristocrática, el problema regional,
insolidaridad entre los territorios, pobreza, enfrentamientos civiles, epidemias,
desigualdad entre las zonas urbanas y las rurales, privilegios de las
instituciones religiosas y monárquicas, ataques o intentos de someter al poder
judicial o acabar con la soberanía popular, sobornos y clientelismo
institucional y profesional. Incluso sigue habiendo cavernícolas que salen de
las grutas para poner la cara al sol y presidentes, alcaldes y obispos que
llevan escritos en la cara los diez mandamientos bíblicos o de autor. Aunque
hay caras que, según las miras, se ve el sol o la luna. Quizá por eso León
Tolstói escribiera en “La muerte de Iván Ilich” que, como sucede con todos los
muertos, su cara era más agraciada y expresiva de lo que había sido en vida. No
es cierto. Nada hay más triste ni aleccionador que contemplar un cadáver. Prefiero
pensar, como Lauren Bacall, que tu vida se muestra en tu cara y debes estar
orgulloso de ello. Entonces, como ahora, hay gente que no para de mirarse al
espejo o hacerse selfis y otra que lo evita, porque no quieren que nadie –ni siquiera
ellos mismos- puedan verla. Y es que parecen pocos los ojos para tanta cara.
IDEAL (La Cerradura), 23/11/2025
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