A Siomara España (Ecuador, 1976) la conocí
en Guayaquil hace tres años, y desde el primer momento me llamó la atención la manera
deslumbrante –y contagiosa- que tiene de apasionarse por las cosas. Una pulsión
que está presente en su poesía, que llega a ser visceral, y que te sobrecoge en
un torrente de palabras que, sin embargo, están muy bien medidas. Buena prueba
de ello es el poemario “Construcción de los sombreros encarnados (música para
una muerte inversa)”, que Siomara escribió en una noche, mientras escuchaba la
Quinta Sinfonía de Gustav Mahler, y que luego pulió y pulió, y con el que ganó
el Premio Nacional de Literatura de la Casa de la Cultura de Ambato (Ecuador)
en el año 2012, y que ahora publica en España la editorial Polibea.
En este libro encontramos ese
apasionamiento de Siomara por la vida, y no es una casualidad que haya elegido
para personificar su voz poética a un personaje que se encuentra en el mismo
límite entre la vida y la muerte, Gustav Aschenbach –un suicida en cierto
modo-, el personaje principal de “La muerte en Venecia”, tal vez la novela más
redonda de Thomas Mann. El reflexivo y metódico Aschenbach se enamora del
adolescente Tadzio, y está dispuesto a sacrificarlo todo por la belleza –“la
naturaleza se estremece de placer cuando el espíritu se inclina, reverente,
ante la Belleza”, escribe Thomas Mann-, que es precisamente lo que hacen los poetas
extraordinarios al escribir.
Como Aschenbach, la voz poética se consume
en los poemas de este libro, y la poeta también, pues deja parte de sí misma en
estas páginas, encerrada en ese mundo de portadas color turquesa, que revive
cuando el lector las abre y lee, y donde resuenan las voces de otros poetas
preferidos de Siomara España: Federico García Lorca, Walt Whitman, Vicente
Huidobro, Dylan Thomas, José Lezama Lima, César Vallejo o Constantino Kavafis.
Y en este libro los sombreros tienen una
simbología especial, claro, la de la civilización occidental que se derrumba en
la novela de Thomas Mann, como la propia ciudad de Venecia, el escenario de
ambas obras, que va hundiéndose en la laguna. También la poeta escribe en un
mundo que se derrumba, pero, llevada en volandas por la música, opone la
escritura como bien irreversible para mostrar “la puesta en escena de mi propia
muerte”, “para no sucumbir al terror del desconsuelo” o “para arrancar desde tu
boca la amargura de mi nombre”, por citar algunos versos de Siomara España,
cuyos poemas acaban siempre con una fuerza inaudita –ascendente, podríamos
decir- como el que cierra el libro: “TÚ/ vencido/ como el ave que lucha/ desplegando/
sus alas sobre el viento/. YO/ muerto/ en la blanca arena/ de mi última/
obertura”.
La poeta se transmuta en personajes, en
Tadzio y en Aschenbach y en la propia voz poética, para ser “un hombre nuevo y
viejo/ y una nueva sombra/ bajo el mismo nombre”. Siomara España ha escrito un
libro admirable. Y es una suerte que los lectores españoles puedan leerlo
ahora.
IDEAL (Cultura),
25/07/2016
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