El
otro día, paseando por la avenida de la Constitución, me pasó algo curioso. Vi
a un hombre de unos treinta años, árabe y vestido con una túnica
blanca, que portaba una pancarta donde podía leerse en el anverso: “Estoy harto
de abusos”; y en el reverso: “Quiero libertad y paz en el mundo”. Lo sé porque
el hombre se paró a enseñármela, y después me dijo: “Soy musulmán, pero no de
los que salen en la televisión matando a la gente”. El hombre iba repitiendo la
ceremonia con cada transeúnte que se encontraba, que reaccionaba con compresión
o estupor, según. Y debe de ser terrible encontrarse en su situación, pertenecer
a un colectivo cuyos miembros más radicales, los yihadistas, matan en nombre de
tu dios, causando el mayor daño posible. A los creyentes islámicos de buena fe
les amargan las noticias sobre el terrorismo, y más que algunos ciudadanos los
consideren cómplices de los asesinos. Pero la gente no suele ser comprensiva
con los extranjeros, o con los que tienen una religión diferente. Esta semana
IDEAL publicaba la noticia sobre el motín producido en el centro de acogida
Ángel Ganivet, que acabó con diez menores detenidos, dos huidos y tres policías
heridos. Al parecer, todo empezó porque uno de los menores se negó a ser
trasladado a otro centro del que había escapado. Armados con cristales de las
ventanas, se enfrentaron a la policía. La mayoría de esos menores son de origen
marroquí, y formaban una pandilla en las calles de Melilla, donde sobrevivían
como podían, “todo ello sin el amparo de la familia y con la única ley en la
mano que conocen bien, la de la calle, donde casi todo vale y sólo sobrevive el
más fuerte”, según contaba José Ramón Villalba. A mí me han llamado la atención
los comentarios racistas de los internautas: “Esos moros son menores y pronto
saldrán a la calle para delinquir. Si ya están dando problemas, ¿por qué no los
expulsamos a su país?” A ciudadanos como éste, orgulloso de su condición de
español, nadie les ha explicado el concepto de derecho, y que no se puede
expulsar sin más a la gente, extranjera o no, porque eso equivaldría a aplicar
“la ley de la calle”. Pero es fácil decir este tipo de cosas cuando uno tiene
una casa y un estatus jurídico que puede ejercerse con mostrar simplemente el
DNI. No creo que estas personas salgan espontáneamente a manifestarse para
denunciar abusos y pedir paz y libertad.
IDEAL
(La Cerradura), 10/07/2016
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