Mientras
los candidatos ya electos continúan mareando la perdiz de la investidura, España
se sigue retratando como país en los informes que publican las organizaciones
internacionales. Es el caso de Unicef, que sitúa en el 34,4% (60,3% en el caso
de familias inmigrantes) el porcentaje de niños españoles en riesgo de pobreza:
uno de cada tres. Una cifra que debería avergonzar a toda la clase política que
ha tenido responsabilidad pública desde la Transición democrática. En este ámbito,
estamos a la cola de la OCDE, lo que nos permite afirmar sin ninguna duda que
somos un país subdesarrollado, aunque las cifras del PIB nos sitúen a la cabeza
de los países europeos. Y es más, estamos empeñados en serlo, porque desde el
año 2009 a esta parte la inversión en educación en España se ha reducido en
5.000 millones de euros anuales, y la inversión en protección de los niños y
sus familias en 2.700 millones de euros. Tenemos muy mala suerte con nuestra
clase política –o tal vez no, y sólo sea la expresión de nuestra sociedad-,
pues los partidos son incapaces de ponerse acuerdo y alcanzar grandes pactos
sobre las materias que determinan el futuro de un país: educación, economía,
sanidad, organización territorial, cultura o, como pide Unicef, protección de
la infancia. Hasta los nuevos partidos políticos, aquellos llamados a ejecutar
una verdadera revolución social, son víctimas de la ambición y el personalismo
de sus líderes y de la inconsistencia intelectual de sus propuestas,
confundidas con campañas de marketing. En España, al parecer, los ciudadanos
siguen votando por inercia, y nos da igual que nuestros índices de pobreza y
corrupción política estén ya al nivel de los países del Tercer Mundo, mucho más
dignos, por otra parte, en lo que a valores humanos se refiere. Porque allí la
pobreza se combate, aunque sea con la ayuda de las organizaciones
internacionales, pero aquí la ayuda de estas organizaciones sólo sirve para
apuntalar el capital financiero, la piedra filosofal de esta Europa desintegrada
ya en lo social. La respuesta más clara respecto a la salida de Reino Unido de
la Unión Europea la han dado esos descerebrados que se dedican a insultar en
los trenes y autobuses a los extranjeros, frente a la inoperancia de la
autoridades de la Unión y de los propios dirigentes británicos que
irresponsablemente pusieron en marcha el proceso. La Unión Europa debe
desarrollar unas políticas sociales que se conviertan en un elemento integrador
de los países. Porque de las autoridades españolas ya sabemos que no podemos
esperarlo.
IDEAL
(La Cerradura), 3/07/2016
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