Las
relaciones de poder crean dependencias en todos los ámbitos, y en los medios de
comunicación suele decirse lo que la gente quiere oír y no lo que se piensa,
aunque nunca se sepa a ciencia cierta qué es lo que piensa la gente, ni tampoco
estemos seguros de que quien opina piense antes de hacerlo. En un país a la
deriva como España, se ha convertido en una costumbre el dejarse llevar, algo
en lo que el presidente en funciones, Mariano Rajoy, se ha erigido en un
símbolo. Y es el colmo de la mediocridad ser la boya que flota sobre la
marejada y pensar que ganarás unas terceras elecciones confiando en tus
condiciones de flotabilidad –ya se sabe que hay que hinchar los pulmones de
aire- mientras todo el mundo se ahoga. Pero hay otra posibilidad: que los
ciudadanos nos decidamos a decir basta y votemos en blanco. No que nos
abstengamos, sino que reflejemos en nuestro voto la nadería en que ha convertido
este país la gente que, con la excusa de trabajar para la democracia, sólo se
aprovecha de ella. Fue lo que propuso José Saramago en una novela memorable,
“Ensayo sobre la lucidez”, donde retrataba –allá por el 2004- esta democracia
muerta. Porque si después de dos convocatorias de elecciones consecutivas, ni
los candidatos ni los partidos son capaces de formar un gobierno, es que la
democracia está muerta. Que no sirve. Y desde luego no sirven los candidatos,
que demuestran su desfachatez con la sola asunción de la posibilidad de la
convocatoria de unas terceras elecciones. ¿No tenemos los ciudadanos otra cosa
que hacer? ¿Tenemos que despilfarrar tiempo y dinero? Si en vez de trabajar en
partidos políticos, los candidatos lo hicieran en cualquier empresa, hace
tiempo que habrían sido despedidos. Pero no duele desperdiciar los recursos
cuando no son tuyos. Lo curioso es que, en la novela de Saramago, al principio
nadie va a votar, que es lo que a la mayoría se le pasa hoy por la cabeza.
¿Nuevas elecciones en el día de Navidad? ¿En el día de Todos los Santos? Pero después,
a partir del mediodía, los votantes acuden masivamente. Para depositar un voto
en blanco. ¿Que cómo acaba esta historia? Obviamente, no voy a contárselo. Vaya
usted a la librería y cómprese la novela, y, de paso, dos o tres más. Aunque
también podría usted empezar a escribir su propia novela, votando en blanco.
Después sólo hay que escribir una frase. Y poner otra detrás. ¿Nos impedirán,
acaso, dejar de imaginar?
IDEAL (La
Cerradura), 18/09/2016
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