Me
asombra que entre tantas opiniones sobre el proceso independentista de Cataluña
haya tan pocas que se preocupen por los ciudadanos. Por las personas que
asisten atónitas al tira y afloja entre la Generalitat y el Estado central y
que, sin embargo, no saben cómo será a partir del uno de octubre su vida, o las
represalias que desde el Gobierno catalán –para el que el chantaje es algo ya
habitual- pueden tomar según cuál sea su comportamiento. La sensación
generalizada es que nuestros políticos viven en la Ínsula de Barataria, y lo
único que cambia es la bandera que ondea en ese país idílico, que cada cual
reviste de unos atributos mayúsculos. Porque demasiados políticos sólo respetan
la ley si a ellos les conviene y, en ese sentido, hay poca diferencia entre la
corrupción que ha socavado la credibilidad de los partidos y del propio sistema
democrático y el proceso independentista de Cataluña, donde la prevaricación es
práctica institucionalizada, pero cuyo poder político –desde el clan Pujol- ha
sido cimentado por el Gobierno central en sucesivos pactos de legislatura. Y es
que al PP y al PSOE les ha faltado sentido de Estado, por su incapacidad para
ponerse de acuerdo en cuestiones fundamentales como es la organización territorial.
Y no está de más recordar que, aunque resulta indudable la ilegalidad de las
leyes aprobadas por el parlamento catalán esta semana, también fue indudable la
legalidad en la aprobación del Estatut por el mismo parlamento autonómico y por
el parlamento español –como cualquier ley orgánica- y que luego tumbó
parcialmente el Tribunal Constitucional previo recurso discutible y
electoralista del PP, actualmente en el Gobierno. Sin duda, si hubiera existido
mayor voluntad política, no estaríamos hablando hoy de la independencia de
Cataluña. Y en este contexto, la única tranquilidad nos la proporcionan los
funcionarios, los letrados que advierten de la irregularidad de los
procedimientos a la presidenta del parlamento de Cataluña, Carme Forcadell, los
secretarios de los ayuntamientos catalanes que paran los pies a los alcaldes y
los miembros de las fuerzas de orden público que han recibido –por fin-
instrucciones concretas de la Fiscalía sobre el referéndum. Funcionarios que sí
suelen respetar las leyes, entre otras cosas porque han tenido que
estudiárselas antes, cosa que no podemos decir de todos nuestros políticos.
Mientras tanto, a la costa de Motril siguen llegando pateras cargadas de
subsaharianos. Personas a las que sólo les importa tener una oportunidad para
trabajar y vivir en paz. Como a la mayoría de los ciudadanos.
IDEAL (La
Cerradura), 10/09/2017
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