Resulta
bastante hipócrita la repentina solidaridad que ha despertado el acoso sexual
sufrido por algunas actrices de Hollywood por el baboso productor Harvey
Weinstein, que ha causado una caza de brujas (y brujos) en todo el mundo. Y no
es que me parezca mal denunciar públicamente a los acosadores sexuales, al
contrario, pero ¿por qué precisamente ahora? ¿Sólo porque lo hacen personajes
públicos? Es en la vida familiar y profesional donde nos jugamos el tipo, y
donde se silencian este tipo de actuaciones, que lamentablemente siguen siendo
comunes en la casa, en la empresa o en el colegio. ¿Se denuncian a todos los
acosadores, violadores o pederastas? ¿Se denuncia al profesor, al jefe o al
vecino? La gente parece haber descubierto de pronto su conciencia, cuando la
realidad es que ha sido práctica habitual en España silenciar cualquier
escándalo sexual, sobre todo si se producía en la Administración pública, en un
colegio privado o en una institución religiosa, incluso cuando se trataba de un
delito cometido por personas que han traumatizado a generaciones enteras. Lo
mismo ha ocurrido en el mundo del deporte que en el de la política. A Gloria
Viseras y a las otras gimnastas que denunciaron al exseleccionador Jesús
Carballo, las llamaban “marranas y mentirosas”, y en el Congreso de los
Diputados hemos visto a Rafael Hernando cachondearse de la relación sentimental
entre Irene Montero y Pablo Iglesias, a falta de un argumento mejor. Es como si
lo lleváramos en la sangre, pero efectivamente los prejuicios los llevamos en
la educación, que sigue siendo esencialmente machista –la publicidad, el cine y
los videojuegos son los grandes educadores de hoy-, a pesar de las iniciativas
de algunas comunidades autónomas como la andaluza, que a veces rozan el
ridículo. Y lo es amenazar a FACUA con retirarle las subvenciones por utilizar
el masculino neutro para referirse a los consumidores, según prescribe la Real
Academia Española. ¿Para ser políticamente correcto hay que usar términos como
“personas consumidoras”, “personas usuarias” o “estructuras no excluyentes”?
¿No estamos excluyendo simplemente un uso racional del cerebro? La pretendida
corrección lingüística se está convirtiendo en censura, y la administración
está destinando demasiados recursos para fabricar analfabetos. Lo parecen
nuestros políticos cuando se esfuerzan en utilizar un lenguaje no sexista, que
no es lenguaje, sino tontería. Eso es educar en el machismo. Y un aviso a los
machomanes del mundo, ya que estamos con el sexo: si abusáis de la finasterida
para que os crezca el pelo, podéis convertiros en Donald Trump. Menuda pandilla
de pelotudos.
IDEAL (La
Cerradura), 21/01/2018
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