domingo, 16 de junio de 2019

La ventana


Acabadas las negociaciones por la alcaldía, el hombre miraba por la ventana de su casa. De hecho, ahora sólo miraba por la ventana. Porque llevaba demasiado tiempo sin prestar atención a las cosas. Era casi un reto. Asomarse y fijarse en lo que hacía la gente. Españoles. Cristianos. Musulmanes. Judíos. Conductores que paseaban en todoterrenos por una ciudad pequeña. “Menas” (Menores Extranjeros No Acompañados) que hacían su ronda habitual por los contenedores de basura. Nadie sabía a ciencia cierta de dónde salían tantos “menas”. O bien sus padres los dejaban en la frontera o bien ellos dejaban a sus padres para cruzar una, dos, tres, cuatro, quién sabe cuántas fronteras. Para el caso, él podía verlos sentados ante la puerta de los supermercados durante el día y, por la noche, durmiendo sobre cartones tirados en mitad de la calle; a veces, en el portal de su propia casa. Eso era lo que él veía, y lo demás –la campaña electoral, las traiciones de sus compañeros de partido, todas las mentiras- podía muy bien olvidarlo. La vista no cambiaba al menos hasta las nueve o las diez de la noche, cuando todo el mundo se encerraba en su casa. Menos los “mena”, claro, y los vagabundos que vivían junto a los contenedores. Durante la jornada –también ellos cumplían su horario-, metían palos largos para sacar las botellas de plástico una a una, las ataban por el asa con cuerdas hasta formar lo que parecía sobre sus espaldas la casa transparente de un caracol, pero la verdad es que su casa estaba en los propios contenedores, a su abrigo o incluso en el interior. El hombre lo sabía porque una noche le había sido devuelta una bolsa de basura junto a una maldición. Como una cámara oculta que graba cómo alguien se esconde en un contenedor y que en realidad no tiene ninguna gracia. Pero los ojos del hombre asomado a la ventana eran su propia cámara. Creía haber visto muchas cosas en su vida, y haber memorizado unas pocas. Pero tenía que reconocer que ahora veía muchas más cosas. “Dichoso tú que puedes cambiar la vista de tu ventana”, le había dicho una compañera para consolarle cuando dejó el consistorio. Bueno, según. Algunas vistas no eran agradables, esos niños y hombres ya mayores rebuscando alimentos entre la basura. No había que irse muy lejos para ver ese otro mundo. Bastaba con quedarse en casa, asomado a la ventana y suspirando de tristeza, autocompasión y un profundo alivio. A una prudente distancia.
IDEAL (La Cerradura), 16/06/2019

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