En
un contexto europeo, en el que uno de los lemas de la UE es la unidad desde la diversidad,
el tratamiento de los problemas nacionales como el de la financiación
autonómica debería afrontarse desde una óptica diferente a la que nos tienen
acostumbrados los barones y baronesas autonómicos. Primero, por los
condicionantes de la propia política presupuestaria europea derivados del pacto
de estabilidad; segundo, porque no pasa nada por reconocer las diferencias
geográficas, sociales y políticas de las distintas regiones españolas. Pues no
es lo mismo vivir en Castilla la Mancha que en Canarias, en Madrid que en
Cataluña, en Andalucía que en Melilla. La dispersión territorial y la
insularidad, la renta per cápita y la coexistencia de las lenguas oficiales, la
población o la presión migratoria, por ejemplo, todos son criterios válidos
dentro del sistema de financiación autonómica. A los ciudadanos,
independientemente de dónde vivan, les preocupa lo mismo: que los servicios
públicos esenciales, sanidad, educación y servicios sociales sean iguales en
cualquier parte del territorio español. A partir de ahí, pueden reconocerse los
hechos diferenciales, como ya preveía la Constitución, que distingue entre
comunidades de régimen común, y las singularidades de los territorios forales,
País Vasco y Navarra (donde podría incluirse a Cataluña), de las Islas Canarias
y las Baleares y de las tan olvidadas ciudades autónomas de Ceuta y Melilla, y
a las que pueden sumarse el resto de las comunidades autónomas españolas, que
aspiran legítimamente a recibir un tratamiento singular pero igualitario. Algo
posible si hubiera más pedagogía y menos demagogia, que es precisamente lo que
ocurre en el ámbito de la Unión Europea, a cuyas instituciones nuestros
políticos suelen acudir sin embargo más tranquilos y civilizados, más
solidarios e incluso más políticos, si es que puede decirse esto, por las
cuentas que les trae. Porque se trata de eso, de hacer cuentas, de repartir los
recursos europeos y nacionales de la manera más eficiente y atendiendo a las
necesidades de los ciudadanos, no de las baronías de determinados partidos,
acostumbrados a jugar al Monopoly español, también llamado Reinos de Taifas. Si
cuando se habla de Europa, nadie duda de las ventajas de una integración
económica, fiscal, presupuestaria, jurídica, civil, ciudadana y democrática,
que es lo que convierte a la UE en una potencia mundial y en un oasis social,
resulta ridículo que ese mismo planteamiento no sea también la directriz de
España. Un país autonómico, federal o plurinacional en sentido material, porque
la denominación es lo menos importante. Lo importante es adónde va.
IDEAL (La Cerradura), 17/10/2021
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