Si
atendemos a las declaraciones de los candidatos a la presidencia del Gobierno,
hoy es un día histórico. Ni España ni su vida volverán a ser nunca igual. Por
eso es un buen momento para ponerse las gafas de buceo, tomar aire y sumergirse
en el agua. Ya nada tiene importancia. Los problemas parecen haberse
desprendido de nuestra piel mientras flotamos y vamos mimetizándonos con el
entorno, observando la arena, sintiendo la presión de la corriente sobre el
pecho, el ligero zumbido en los oídos, como si hubiera una fuerza aquí que
jugase con nosotros y podría arrastrarnos a las profundidades abisales para
descubrir civilizaciones perdidas, extraterrestres que ocultan allí naves y
ciudades, monstruos dispuestos a engullir transatlánticos y petroleros. Si
nuestro cuerpo fuera capaz de soportar la presión del agua, podríamos nadar con
ballenas y tiburones blancos, con delfines y sirenas y seres que fueron humanos
antes de vivir en el océano, pero como eso no es posible nos contentamos con no
pensar en nada y fijarnos en las algas que acarician nuestro cuerpo y ese pez
que nos mira con un ojo abierto como un plato. ¿Cuánto tiempo podremos aguantar
la respiración? Todavía podemos flotar como una medusa y drenar el agua que nos
atraviesa llevándose los gritos y las malas noticias, escondernos en una grieta
de las rocas como un pulpo, que nuestros brazos crezcan como tentáculos para
atrapar las motos de agua y silenciarlas para siempre, nuestro cuerpo
convertido en una bala de cañón y nuestra cabeza en un martillo que recorren
cientos de kilómetros en busca de presas, atunes y tortugas, cetáceos a la
deriva, abriendo las mandíbulas para llenarnos de placton, millones de
microorganismos que nos revelarán mientras buceemos el misterio de la vida.
Nosotros creemos saberlo durante un instante, aunque sintamos la urgencia del
aire y el dolor en el pecho nos aconseje volver a la superficie. Pero todavía
nos demoramos un poco más y empezamos a ver las caras de piratas y marineros,
soldados y aventureros reales e imaginarios que alguna vez surcaron las mismas
aguas. Todos estamos allí, y al menos durante un momento se funden lo posible y
lo imposible, y somos capaces de vernos como fuimos y como seremos cada vez que
repitamos la misma ceremonia de andar contra las olas y lanzarnos de cabeza al mar,
más cansados, más viejos, sí, pero más felices. Y cuando por fin salgamos a la
superficie para respirar quizá tengamos los resultados electorales y, como nos
dijeron, haya cambiado el mundo.
IDEAL (La Cerradura), 23/07/2023
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