La unanimidad con la que los ayuntamientos granadinos afectados han
decidido oponerse a la instalación del campamento de inmigrantes en la base
aérea de Armilla choca con la práctica de los gobiernos españoles de los
últimos diez años, que han otorgado la nacionalidad española a cualquiera que
dispusiera de quinientos mil euros para invertir en activos. Millonarios rusos,
chinos o saudíes que han comprado bienes inmuebles en el Mediterráneo, desde la
Costa del Sol a Cataluña, aprovechando quizá para blanquear capitales o, como
dice el Gobierno actual, subir el precio de la vivienda para los demás
mortales. Y que, cantaban, quizá, con los Rebeldes: “Nos veremos en Ibiza, en
Mallorca, San Luís y Mahón, bailaremos en Valencia, en Alicante, en Gandía y Benidorm,
desde L'Escala hasta Playa San Juan, en Cadaqués, en Sitges, playa Libertad, seremos
los elegidos en el templo del Dios del Mar…” Lo del eterno verano al sol
podrían cantarlo también los miles de inmigrantes acinados en las Islas
Canarias, pero no creo que tengan ganas. ¿Por qué no se ha eliminado la llamada
“golden visa” antes? ¿Lo que se suponía bueno para el negocio inmobiliario ya
no lo es? A raíz de la guerra con Ucrania, no es tan fácil que ciudadanos rusos
o iraníes abran una cuenta en España. El dinero, sin embargo, no tiene
nacionalidad. La hipocresía que mostramos cuando hablamos de racismo e
inmigración no sé si clama al cielo, pero sí al Tribunal de Derechos Humanos,
que tiene su sede en ese edificio galáctico de Estrasburgo, y que efectivamente
no parece de este mundo. Porque se ve que ni todos tenemos los mismos derechos
ni somos igual de humanos, si dependemos de las decisiones de unas
administraciones mucho más preocupadas por el interés político que por el
interés público. En ciudades como Granada, que celebra la llegada del buen
tiempo y de miles de turistas, la vivienda es un bien inalcanzable para
demasiadas personas, sobre todo jóvenes que emigran a otros países para poder
trabajar, igual que tantos subsaharianos que ansían vivir en éste. La vida ya
no es vida en la ciudad, cantaban también Los Rebeldes. ¿Salimos realmente alguna
vez de la ciudad? A pesar de la democracia, en el mercado global los derechos
no emanan de declaraciones ni de constituciones, sino del bolsillo. Esa
potestad legítima para ser, hacer o tener suelen ejercerla sólo quienes más
tienen. Parafraseando el título del poemario de José Carlos Rosales, algunos
los llevan como piedras escondidas en la ropa, pero otros van desnudos.
IDEAL (La Cerradura), 14/04/2024
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