Si
tuviéramos que contar una historia política de España podríamos trazar una
línea que nace de los pueblos íberos y la Hispania romana, pasa por el reino visigodo
y la España musulmana, por los reinos cristianos y el Estado moderno con los
Reyes Católicos y que llega, volando por los siglos y la dictadura franquista,
hasta la Transición y nuestros días, donde aquellas provincias romanas que luego
fueron reinos se han convertido en comunidades autónomas o en nacionalidades
más o menos históricas. Sin embargo, si esa línea tienes que trazarla en el
cerebro de algunas personas, se convierte en un punto único, un laberinto
reconcentrado que se ha quedado fijo en algún hito de la historia. Les ocurre a
nuestros políticos, como se ve en el parlamento, y también a algunos de
nuestros familiares y amigos, que se vuelven políticos en las comidas
navideñas. “En la mesa, ni política ni religión”, suelen decir en la mafia para
tratar de tener una velada tranquila. Pero no es una máxima que se haya
aplicado en España, donde son comunes los bandos y las banderías y todavía hay
quien se refiere a la Guerra Civil “como un pequeño intercambio de impresiones
entre los íberos”. Y así seguimos. A falta de argumentos políticos que miren al
futuro, preferimos hacerlo al pasado, y celebrar cincuenta años después la
muerte de Franco. Al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, le van faltando razones
de peso para justificar su continuidad. Y no debería destinarse el dinero
público a celebrar la muerte del caudillo (ya lo hicieron los que de verdad se
opusieron al régimen en aquellos tiempos) cuando ni siquiera puedes aprobar una
Ley de Presupuestos Generales del Estado, que es el verdadero instrumento para ejecutar
las decisiones políticas. En España siempre hacemos las cosas a destiempo, y lo
mismo que la Ley de Amnistía (la de verdad) se debió haber aprobado al final de
la Guerra Civil y no en la Transición, celebrar hoy la muerte de un dictador
que sólo recuerda con añoranza la extrema derecha resulta contraproducente,
pues contribuye a resucitar fantasmas que el Estado social y democrático de derecho
había enterrado ya. Pero no creo que eso importe demasiado. Las decisiones
políticas parecen actualmente puestas en escena, mero entretenimiento. No hablo
de teatro, que guarda en sí una verdad profunda sobre el ser humano. Esto es
pura nadería, un insulto continuado a la inteligencia y a la memoria de los
ciudadanos. La dignidad política no debe ser sectaria, sino plural.
IDEAL
(La Cerradura), 22/12/2024
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