lunes, 23 de diciembre de 2024

Dignidad política

Si tuviéramos que contar una historia política de España podríamos trazar una línea que nace de los pueblos íberos y la Hispania romana, pasa por el reino visigodo y la España musulmana, por los reinos cristianos y el Estado moderno con los Reyes Católicos y que llega, volando por los siglos y la dictadura franquista, hasta la Transición y nuestros días, donde aquellas provincias romanas que luego fueron reinos se han convertido en comunidades autónomas o en nacionalidades más o menos históricas. Sin embargo, si esa línea tienes que trazarla en el cerebro de algunas personas, se convierte en un punto único, un laberinto reconcentrado que se ha quedado fijo en algún hito de la historia. Les ocurre a nuestros políticos, como se ve en el parlamento, y también a algunos de nuestros familiares y amigos, que se vuelven políticos en las comidas navideñas. “En la mesa, ni política ni religión”, suelen decir en la mafia para tratar de tener una velada tranquila. Pero no es una máxima que se haya aplicado en España, donde son comunes los bandos y las banderías y todavía hay quien se refiere a la Guerra Civil “como un pequeño intercambio de impresiones entre los íberos”. Y así seguimos. A falta de argumentos políticos que miren al futuro, preferimos hacerlo al pasado, y celebrar cincuenta años después la muerte de Franco. Al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, le van faltando razones de peso para justificar su continuidad. Y no debería destinarse el dinero público a celebrar la muerte del caudillo (ya lo hicieron los que de verdad se opusieron al régimen en aquellos tiempos) cuando ni siquiera puedes aprobar una Ley de Presupuestos Generales del Estado, que es el verdadero instrumento para ejecutar las decisiones políticas. En España siempre hacemos las cosas a destiempo, y lo mismo que la Ley de Amnistía (la de verdad) se debió haber aprobado al final de la Guerra Civil y no en la Transición, celebrar hoy la muerte de un dictador que sólo recuerda con añoranza la extrema derecha resulta contraproducente, pues contribuye a resucitar fantasmas que el Estado social y democrático de derecho había enterrado ya. Pero no creo que eso importe demasiado. Las decisiones políticas parecen actualmente puestas en escena, mero entretenimiento. No hablo de teatro, que guarda en sí una verdad profunda sobre el ser humano. Esto es pura nadería, un insulto continuado a la inteligencia y a la memoria de los ciudadanos. La dignidad política no debe ser sectaria, sino plural.

IDEAL (La Cerradura), 22/12/2024

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