Resulta
preocupante la confusión que existe en España sobre el Estado de Derecho, y
sobre todo que desconozcan su significado quienes ejercen o aspiran a ejercer
un cargo público. La actuación de la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau,
respecto a los incidentes en el barrio de Gracia, es un ejemplo de ello, y
también la posibilidad apuntada por Pedro Sánchez de blindar algunas normas
autonómicas frente a los recursos de inconstitucionalidad. Sobre la ocupación
de inmuebles privados por quienes no defienden otros derechos que no sean los
suyos, Colau señala que “negocien los vecinos”. Pero ¿cómo van a negociar sobre
la propiedad privada y el cumplimiento de la ley? ¿Los que son despojados de
sus bienes van a negociar con quienes se los roban? ¿Usted no ostenta un cargo
público para, entre otras cosas, garantizar el cumplimiento de la ley? ¿Y el
Tribunal Constitucional? ¿No existe precisamente para interpretar la Constitución
española y resolver los conflictos que, en el ejercicio de sus competencias, se
planteen entre el Estado y las Comunidades Autónomas? El problema de la
demagogia es que termina confundiendo a los ciudadanos y a los responsables
públicos sobre la función de las instituciones y sobre el papel que ellos
juegan en ellas. Porque, ¿quieren hacernos entender que las leyes no son las mismas
en su caso que en el de los ciudadanos? El ejercicio del poder suele
distorsionar los puntos de vista, pero no debe distorsionar la aplicación de la
ley. Conculcarla supone cometer delitos regulados en el Código Penal, desde la
usurpación a la prevaricación y la malversación de caudales públicos, y en mi
opinión es prevaricación utilizar los fondos públicos para pagar el alquiler de
un edificio ocupado, y una estupidez ser comprensivo con quien rechaza una
autoridad que no sea la suya. Pero más insultante resulta incluso la falsa
ignorancia que manifiestan demasiados investigados por corrupción o por el
incumplimiento de las obligaciones tributarias. Desde Chaves y Griñán, pasando
por Torres Hurtado, la infanta Cristina o Leo Messi, aquí nadie sabe nada. “Es
posible. No lo sé”. El derecho debería ser el mínimo común denominador que
garantice la convivencia de los ciudadanos, independientemente de sus ideas
políticas o sus delirios de grandeza, pero en España, que carece de cultura democrática,
se ha convertido en una especie de calculadora para que cada cual haga las
cuentas como mejor le convenga. Somos muy sabios eso sí, una especie de
filósofos socráticos cuyo lema es: “Sólo sé que no sé nada”. Pero, sin embargo,
lo queremos todo.
IDEAL (La Cerradura), 5/06/2016
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