Escuché
por la radio que Donald Trump había ganado las elecciones en Estados Unidos y,
cuando encendí el ordenador, me di cuenta de que ya no funcionaba. Esta es la
ley de Trump, me dije; si algo va mal, todavía puede ir peor. Pero al menos me
ahorré los gritos desesperados y los avisos del Apocalipsis que inundaban las
redes sociales, como los propios medios de comunicación venían avisando desde
hacía meses. No debe ser tan grave. Porque ¿cuáles son las medidas más
polémicas que propone Trump? Nada que no hagamos habitualmente en España, como
crear una valla que separare a los Estados Unidos de Méjico que quizá se
inspire en la que hay en Ceuta y Melilla, con cuchillas que cortan como
guadañas. O como expulsar a los inmigrantes ilegales. O como no acoger a
refugiados. A fin de cuentas, ya hemos soportado a un George Bush, que era amigo
íntimo de José María Aznar, el padre político de Rajoy, hombre impertérrito que
sobrevive hasta a la corrupción, no como Hillary Clinton. ¿Y mandan en algún sitio
los presidentes de Gobierno? Detrás de ellos está “el aparato”, esa especie de
prótesis que encorseta a quien la lleve, como comprobamos todos los días con los
partidos políticos españoles, populistas o no. Así que lo mismo nos divertimos
con las chorradas que dice Trump, un showman apropiado quizá para el show mediático
mundial, y al que se ha tildado de bufón, loco o ridículo, y que aún debe de
estar riéndose de todos los que le despreciaron e insultaron, como Robert de
Niro, que tendrá ya la residencia en Canadá. Y Trump se estará riendo también de
tantos columnistas que lo pusieron a caldo a un lado y otro del charco, algunos
de los cuales ya han cambiado de opinión, por lo que pueda pasar. Trump no los
leyó, desde luego, ni tampoco sus votantes, y acaso esto tenga algo que ver. La
gente está cabreada, y Trump es sólo un síntoma de la enfermedad. Porque tenemos
gobiernos que son democráticos únicamente en el papel: las constituciones
proclaman la dignidad de la persona, el derecho al trabajo o a una vivienda, pero
hoy son valores que brillan por su ausencia. Hemos desmantelado el Estado
social y sustituido los derechos humanos por las normas del capital financiero.
Entonces, ¿por qué nos extrañamos de que dirija el imperio un empresario sin
escrúpulos? Si no hacemos nada para cambiar las cosas, la realidad nos lleva
por delante. Ésa es la ley de Trump.
IDEAL (La
Cerradura), 13/11/2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario