Tengo
por costumbre preguntarle a la gente sobre qué escribiría un artículo si
tuviera oportunidad, por lo que muchas veces no soy yo quien escoge el tema de
las columnas, sino que prefiero seguir el mejor criterio de los demás. En ese
sentido, confieso que me decanto por lo tradicional, porque no acudo a Facebook
ni a Twitter, sino a las peluquerías del barrio, que suelen ser los lugares
donde se habla más abiertamente, quizá porque ya te están cortando –que no
tomando- el pelo-. El que está acostumbrado a cortarlo y a tomarlo es el
peluquero y, si como es el caso, se trata de un hombre mayor, no tiene pelos en
la lengua, que ya te apura los del cogote. Y el repaso que hace de la
actualidad es preocupante, tanto por la actualidad en sí como por su visión de
lo que ocurre. “Habría muchas cosas que denunciar”, afirma, poniéndose delante
de mí y enarbolando las tijeras de un modo amenazador. “Verás como me habla del
Valle de los Caídos”, pienso. Y efectivamente. “¿No tiene nada más que hacer la
izquierda que exhumar a Franco?” El peluquero deja la pregunta en el aire y
vuelve a mi cogote, por lo que me abstengo de contestar, pues el riesgo me
parece demasiado grande. La última vez que le llevé la contraria, me hizo una
rapada. “Y a ver”, continúa. “¿A quién se le ocurrió que hubiera un metro en
Granada? ¿Nadie estudió el trazado? ¿Ahora se han dado cuenta de que hay veinticinco
puntos conflictivos?” Carraspeo un poco y hago ademán de contestar, pero, como
siento la punta de las tijeras cerca de mi oreja, opto por seguir callado. “Y
luego está lo del Granada, claro”, continúa. “¡Que el equipo ya no es de
Granada, coña! ¡Que es chino!”, exclama con un cabreo creciente. Por fortuna,
el peluquero abre los brazos en ese momento, por lo que mantiene el filo lejos
de mi cuello, así que me atrevo a decir: “Lamentable”. Pero el hombre no se
calma. “¡La culpa la tenemos los ciudadanos, que lo permitimos!” Y quizá sea el
sentimiento de culpa lo que le haga guardar silencio y continuar cortándome el
pelo durante un largo minuto. “Esto es muy grande”, concluye, mientras abre la
navaja para repasarme las patillas. “¿Se referirá a mi cabeza?”, pienso, y me
acuerdo de un refrán que dice: “La habilidad del barbero consiste en dejar
patilla donde no hay pelo”. Algún día intentaré contestar a alguna de sus
preguntas. O cambiar de peluquero.
IDEAL (La
Cerradura), 14/05/2017
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