Me
parece una medida excelente que la Junta bonifique el 99% de la matrícula de
los estudiantes que aprueben el curso en las universidades andaluzas; siempre,
claro está, que este coste no sea repercutido a las propias universidades. De hecho,
la enseñanza pública debería ser gratuita en todos los niveles independientemente
de la renta de los alumnos, y resulta alentador que sea Andalucía, una de las
comunidades con los índices de paro y pobreza más altos de España, quien lidere
esta iniciativa, que espero que imiten otras comunidades autónomas. Porque, sin
duda, la inversión en educación debe ser prioritaria para cambiar la matriz
productiva de la región, tradicionalmente apegada a la agricultura y el
turismo, para sustituirla por una matriz del conocimiento. Pero se trata de
algo más que del crecimiento económico y de las demandas del mercado de
trabajo. Se trata de formar a universitarios, es decir, a personas que conocen
las reglas del mundo y están preparadas para encontrar su lugar en él. Y para eso
es necesario que la educación sea exigente, pero también desarrollada en unas
instituciones flexibles y conectadas a la realidad, y ejercida por
profesionales comprometidos con su trabajo y con la sociedad en que viven. Un
gran ejemplo del poder y la función de la educación pública lo tenemos en
Mohammad, refugiado sirio de once años y granadino de adopción, a quien nos
presentaban Ángeles Peñalver y Ramón L. Pérez en IDEAL esta semana. Hace dos
años Mohammad no sabía español, y hoy, sin embargo, es uno de los mejores
alumnos de su colegio. Como explicaba su padre, Rabie Zahran, doctor en
Historia, esto no hubiera sido posible sin el apoyo de los profesores y el director
del CEIP Vicente Aleixandre. Y ahí tenemos a un padre que hace equipo con el
colegio de su hijo para mostrarnos un modelo de integración social en unos
tiempos en los que hay quien pone en duda las garantías del Estado de Derecho. Pues
la mayor fortaleza de la democracia para enfrentarse al fundamentalismo es la
educación, dándoles las herramientas a los jóvenes para que crean en nuestra
sociedad y sean capaces de trabajar y desarrollarse en ella. Pero no es ése el
camino que ha tomado España, que destina menos del 4% del PIB a educación, y
donde casi el 23% de los jóvenes entre quince y veintitrés años ni estudia ni
trabaja. Son cifras vergonzosas, que nos colocan a la cola de los países de la
OCDE. Como sabe Mohammad, aprender es vivir dos veces.
IDEAL (La
Cerradura), 11/06/2017
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