En
los paseíllos universitarios hay un nuevo habitante: silencioso y largo como
una serpiente blanca, roja y verde, de ojos amarillos y extraños gnomos
visibles en el interior de la cabeza. Cuando menos te lo esperas, aparece,
reptante, mientras hace sonar las campanas de la muerte. Es lo que piensan los
corredores y las parejas de ancianos que llevan décadas dando la vuelta de
honor por esos jardines: “No, si al final me va a atropellar el puto metro”.
Porque el metro ha llegado, sí, aunque sólo sea para interrumpir el ejercicio
matinal y el deambular de perros y gatos. Al parecer, no había otro lugar para
que pasaran las vías del destino, y puestos a cargarse uno de los pocos
espacios verdes que existen en la ciudad, ya hay quien piensa en levantar en el
campo de rugby otra muralla de edificios. ¿Cómo se convierten los espacios
públicos en el decorado de una película de terror? Cualquier ciudad histórica
que se precie tiene un plan urbanístico a la medida de su patrimonio, pero
Granada se mueve a golpe de iluminados que aceptan pisos en el Paseo del Salón
a cambio de licencias, recalificaciones por áticos en el centro, o tan sólo una
foto con los vecinos del barrio por el título de marqués del Ave Soterrado. Total,
si luego te premian con la presidencia de una Caja o te renuevan la confianza
en el partido hasta que te la quiten los tribunales. Quizá tenga algo que ver
con la condición de Reino de Granada que tanto nos gusta recordar el que
nuestros alcaldes tiendan a comportarse como reyezuelos que hubieran recibido
una maldición de la madre de Boabdil y otra de los Reyes Católicos. Esa cosa
esotérica que se llama efectivamente como usted está pensando y que es la piedra
angular del ser granadino, una especie de súcubo creado por la confluencia de las
tres culturas milenarias y la ausencia de una cultura contemporánea, de andar
por casa. Así aparecen esos otros extraños seres que recorren las calles para
darte sustos de muerte, aunque no estén inaugurados oficialmente. Es como una
pesadilla de Alex de la Iglesia, que lo mismo podría solucionarse con un nuevo
Plan de Ordenación Urbana elaborado por expertos y pactado por todas las
fuerzas políticas. ¿Es mucho pedir? Si no es posible, acaso habría que llevarse
al arzobispo al próximo pleno municipal para practicar un exorcismo. Y a lo que
salga –¿el demonio Malafollá?- le hacemos una estatua en la plaza del Carmen.
Para atraer más turistas, claro.
IDEAL (La
Cerradura, 13/08/2017)
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