Si
uno se fija en los peinados de Donald Trump y Kim Jong Un, se da cuenta que
llevan como una aureola belicosa. Es como si el humillo que les sale de la
cabeza hubiera contaminado su pelo, que tiende a alzarse hacia arriba. Medio
planeta preocupándose por los prontos de los presidentes de USA y Corea del
Norte cuando lo único que necesitan es un buen peluquero, que les peine bien
las ideas sobre el cuero cabelludo. Quizá tengan demasiado pelo, cuya caída
está relacionada en los hombres con los niveles de testosterona. Por eso andan
Donald y Kim permanentemente enfurruñados. No como nuestro ministro de
Hacienda, Cristóbal Montoro, que, calvo y feliz por la recuperación económica,
está dispuesto a equiparar el sueldo de los funcionarios públicos del Estado
con los de las Comunidades Autónomas. Ha comenzado con los policías, pero a la
cola se han puesto jueces y fiscales, médicos, enfermeros, profesores... La
equiparación salarial entre todos los funcionarios del Estado –del que también
forman parte las Comunidades Autónomas y las Corporaciones Locales-, parece
algo lógico. Se lo preguntas a nuestros políticos –con pelo y sin pelo- y te
dicen que sí, que es lo sensato para reducir las desigualdades, que hay que
legislar sobre el tema. Y, sin embargo, esta semana hemos visto a miles de
mujeres manifestándose por la equiparación salarial con los hombres. ¿Aquí no
es tan fácil legislar? Porque hay empresarios y políticos a los que les salen
sarpullidos cuando escuchan hablar de la obligación de equiparar salarios entre
los trabajadores, independientemente del sexo que tengan. Equiparar el sueldo
entre los funcionarios de las Administraciones públicas les parece lógico, pero
entre los hombres y las mujeres –que suelen cobrar de media un 13% menos- de la
empresa privada no tanto, porque a fin de cuentas se trata de regular las
condiciones del sacrosanto mercado. Y con el capitalismo hemos topado, que no
se preocupa precisamente de preservar la igualdad. El presidente del Gobierno,
Mariano Rajoy, que todavía peina algo de pelo, a la pregunta sobre si habría
que obligar a las empresas a equiparar el sueldo de hombres y mujeres, ha
contestado: “No nos metamos en eso”. ¿En la Administración pública sí, pero en
las empresas no? ¿Nos está tomando el pelo? A veces, nuestros políticos parecen
también funcionarios que, sin embargo, no se caracterizan por su eficacia ni
por el cumplimiento escrupuloso de la legalidad, sino sólo por su obediencia a
las leyes de la oferta y la demanda. Pierden el pelo y la cabeza.
IDEAL (La Cerradura),
11/03/2018
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