Nuestra
sociedad es mucho más frágil de lo que nos creemos. Si la esperanza de vida de
un ser humano roza ya los cien años, quizá sea capaz de recordar la guerra de
Marruecos, la guerra civil, el régimen de Franco, el bodrio catalán e incluso
la dictadura de Facebook. El nacionalismo español siempre ha sido indulgente
consigo mismo, pero no con el nacionalismo catalán, al que observa entre el
miedo y el estupor. A eso contribuyen sin duda los independentistas catalanes,
que son incapaces de encontrar un presidente-títere que no lea su discurso en
el parlamento como si fuera una sentencia condenatoria, como ha hecho esta
semana Jordi Turull, o que no huya como Marta Rovira. En España, ya no se
distingue entre la mentira y la verdad, y la historia ya no la cuenta Galdós en
los “Episodios nacionales”, sino revistas como “El Jueves” o “Mongolia”, que
aún deben luchar por la libertad de expresión. Pero cuando la crónica política
se ha convertido en sí misma en una sátira o un chascarrillo –según Cristina
Cifuentes- hasta los jueces parecen tener dudas para interpretarla, pues todo
tiene un tufillo mongoloide, maldita la gracia. Pero ¿qué es lo que ha pasado
en España? Pues, por lo visto, sólo lo sabe Ciudadanos, que es el único partido
que sube en las encuestas, aunque a Albert Rivera se le caracterice como la
personificación del IBEX-35. Y quizá sea así. Las grandes multinacionales
quieren países manejables, con ciudadanos que te digan lo que desean en
Facebook. Los internautas compran, se quejan, votan lo que les gusta o lo que
no, y luego se encuentran con Donald Trump en la Casa Blanca y a saber con
quién en el Palacio de la Moncloa. Porque en las calles sólo se manifiestan los
mayores de 65 años, que no han tenido tiempo de ser poseídos por las redes sociales.
Ellos aún saben diferenciar entre lo privado y lo público, y por eso no
contribuyen voluntariamente a ser controlados. ¿Quiere usted saber cuáles son
sus gustos literarios? Pregúnteselo a Amazon. La sabiduría occidental se ha
reducido a diez algoritmos que uno cumple cada vez que hace un clic en el ratón
del ordenador. “Identifíquese”, nos piden tiendas y plataformas de todo tipo, y
vamos construyendo con nuestros datos un avatar más real que nosotros mismos,
pero menos responsable. ¿Tendrá la cara de Marc Zuckerberg? Nadie podrá decir
que no le hemos entregado nuestros sueños gozosamente, para que su empresa los
venda al mejor postor. Menudos sátiros.
IDEAL (La
Cerradura), 25/03/2018
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