Vivimos en una sociedad en la que, más que la calidad
de los servicios públicos, importa a quiénes se les preste. Todas las semanas
leemos sobre los problemas de acogimiento de los migrantes que llegan a nuestras
costas, pero también sobre los protocolos y las medidas legislativas que deben
tomar las Administraciones públicas para proteger al personal sanitario, que
sufre agresiones verbales y físicas, algo que, lamentablemente, se ha vuelto
habitual en consultas y hospitales. Agresiones de personas que, lejos de
agradecer estos servicios, los exigen, aunque luego no utilicen la misma
energía para pagar los impuestos con que costearlos. Como esa chica que acude
con su padre a hacerse un análisis de sangre y no respeta la cola. Que se queja
a gritos de que no ha desayunado, y que cuando una mujer de sesenta años le
contesta que en la misma situación se encuentran los demás, le espeta que a
ella no le supondrá ningún problema con lo gorda que está. El padre, lejos de
reprender a su hija, le ríe la gracia, y en estos momentos el consultorio se
convierte en un campo de batalla verbal. Los conserjes y las enfermeras tratan
de calmar al padre y a la hija, y para mi sorpresa sólo lo consiguen
permitiendo que se cuelen. Todo para no oírlos. Gente descerebrada que, sin
embargo, presume de educación, y que suele ser la
misma que se indigna por la llegada de migrantes, temerosos de que les quiten
ese nivel de vida que en el fondo desprecian. La UE ha ofrecido a los países
dispuestos a acogerlos un tanto de 3.000 euros por migrante, que salen a una
media de 35 euros por kilo de carne fresca. Países que, como España, tendrán
que construir más centros de acogida, que se alternarán con las urbanizaciones
de veraneantes en nuestras playas. Menuda distopía. Algunos periódicos nos
alertan de que hay unos 40.000 subsaharianos esperando en Marruecos para
asaltar nuestras fronteras, y ante el ataque violento de 600 jóvenes africanos
a la valla de Ceuta hay columnistas que acusan al presidente del Gobierno,
Pedro Sánchez, de provocar un efecto llamada. ¿Cómo contener la ola migratoria?
Veinte policías sufrieron heridas por el uso de lanzallamas caseros, cal viva y
cócteles molotov. ¿No debería expulsarse a quienes utilizan la violencia? “Bienvenidos
a vuestra casa”, les dijo el presidente a los inmigrantes del buque Aquarius.
Pero, si después de Benicasim, se da una vuelta por Ceuta y Melilla, lo mismo
terminamos viendo a Pedro Sánchez vestido de legionario.
IDEAL
(La Cerradura), 29/07/2018
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