En
la misma semana en que la gente sale a la calle para perseguir las efigies de
la pasión, arde la catedral de Notre Dame, y hay quien alerta del fin de una
época y de una concepción del mundo. Pero la hoguera no la han provocado una
guerra ni un cataclismo, sino un error, un cortocircuito, quizá una colilla mal
apagada. La vida de los seres humanos se construye con pequeñas anécdotas, con
olvidos y recuerdos de lo que fuimos y las proyecciones de lo que nos gustaría
ser, y después de una llamarada –el presente- todo se desvanece. Detrás de los
mantos santificados hay tallas de madera desnuda, debajo de los pasos hay
articulaciones y músculos que se resienten, de la catedral de Notre Dame ha
quedado una estructura de piedra sobre la que los parisinos volverán a levantar
un nuevo símbolo tan religioso como laico, en un país que presume de su
historia y que ama igualmente la Revolución Francesa y la Edad Media, la luz de
la razón y la de la fe. Así, para la restauración del monumento ya se han
recaudado mil millones de euros, lo que demuestra que a la gente le importan
más los símbolos que los problemas materiales de otras personas, por ejemplo.
¿Se conseguirán en siete días tantos recursos para acabar con el hambre o para
salvar el planeta? Una semana para crear el mundo y otra para destruirlo, o
para morir por los seres humanos. Una semana de creencias o supersticiones que
actualmente sólo se mantienen y justifican por el turismo, la verdadera fe de
nuestras ciudades, convertidas en procesiones de la tapa, eso que hoy llamamos
manifestaciones culturales. Pero la cultura es otra cosa, tan efímera y lúcida
como cada columna que escribía Manuel Alcántara, símbolo de una manera de
entender el mundo, sostenido tan solo con el tecleo de una máquina de escribir.
Porque las costumbres dan sentido a nuestra vida, como abrir el periódico y
encontrar las palabras de ese alter ego que nos dice exactamente lo que
estábamos pensando, lo que no acertábamos a decir, que es la magia de escribir
y leer. Las palabras también sostienen el mundo, y las columnas de prensa
siguen afirmando el periodismo y la opinión pública libre, lo que equivale a
decir el pluralismo político y al propio sistema democrático, aunque no sean tan
sabias y desprejuiciadas como las del maestro Manuel Alcántara. Lo efímero nos
aflige y nos redime. En el Domingo de Resurrección, todo es superficie o
símbolo.
IDEAL (La
Cerradura), 21/04/2019
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