Si
las divinidades del siglo XIX fueron la Minería, la Industria, el Transporte,
el Comercio y el Capital, hoy lo son Google, Facebook, Twitter e Instagram. La
gente se adora a sí misma a través de estos altares virtuales, y resulta
curioso seguir las evoluciones de los candidatos a las elecciones en sus
perfiles sociales, gestionados por asesores de imagen que hablan de levantar
muros, desenterrar a muertos, quemar iglesias y todos los disparates por los
que murieron sus predecesores. Un tiempo de mentalidad débil que no mira al
futuro, sino al pasado. Nuestros políticos sólo aspiran a formar gobierno,
porque carecen de proyectos y de credibilidad. El tiempo cronológico parece
detenerse mientras el tiempo atmosférico se precipita hacia un verano perpetuo,
con estaciones propias de los países ecuatoriales, donde los veranos se
confunden con los inviernos, salpicados de lluvias torrenciales. Los días y los
meses pasan, pero nada sucede en un país que se detuvo hace cuatro años. ¿Y si
los gurús electorales vaticinaron una victoria imposible? Aunque esperan los
mismos resultados que en las últimas elecciones, los candidatos prometen ahora
las alianzas que entonces despreciaron, los pactos que antes les resultaban
inasumibles con unos rivales odiosos, sólo porque los sondeos no les son ya favorables.
Papeletas para sostener a veletas políticas, sin una idea personal, de partido
o de país. ¿Hasta cuándo estaremos dispuestos a votar? Al sistema le sobran
elecciones y le falta democracia. ¿Cuántas decisiones responden a una necesidad
social y no a una expectativa electoral? Pedro Sánchez promete vincular la
subida de las pensiones al IPC, pero la realidad es que ha sido incapaz de
aprobar unos presupuestos, y sólo ha logrado prorrogar los de Mariano Rajoy, a
quien desalojó de la Moncloa con una moción de censura. Y ahora el PP y
Ciudadanos hablan de pactos nacionales, aunque antes hayan impedido formar
gobierno. ¿Cómo escapar de esta maldición reiterativa que nos entontece? Pues
quizá yendo a votar, aunque el tiempo político no coincida con el tiempo
social. Vivimos enredados entre perfiles y cálculos fantásticos. ¿Aguantará el
planeta tantas indecisiones? En un futuro catastrófico, veo con el ojo de
Tezanos a un viejecito encorvado y sin dientes, gritando: “¡Hicieron falta
veinte elecciones!” Y después el abuelo cuenta una historia repetida cientos de
veces, con guerras y dictaduras, transiciones y democracias. “Lo hicimos porque
no sabíamos que era imposible”, consigue decir por fin antes de que un golpe de
viento disipe las cenizas de su elegante figura. Lo que no sé es si se llamaba
Pedro Sánchez.
IDEAL, 13/10/2019
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