lunes, 11 de mayo de 2020

Normalidad


Lo que más molesta de este Gobierno es el artificio de sus medidas y propuestas, cuando no el paternalismo, la infantilidad y la arrogancia con las que va creando más dificultades en vez de evitarlas. Vivimos en un estado de alarma democrática, como ilustran los diputados que se insultan llamándose “cacatúa”, como si estuvieran en el patio del colegio. Porque hay quien vive en la realidad –el personal sanitario, las fuerzas de orden público, los trabajadores de cementerios y funerarias- y los que no saben dónde viven, por lo que se mueven entre el aplauso y la cacerolada. La realidad es que entre esos mismos sanitarios hay más casos de contagios porque se ven obligados a cumplir su trabajo sin los medios adecuados. La realidad es que se ha confinado a la población para proteger a nuestros mayores, pero se ha dejado a esos mismos mayores que ya vivían confinados en residencias que mueran como chinches o en la calle con unas pensiones paupérrimas. La realidad es que el gasto militar de España en 2019 aumentó un 10%, 20.000 millones de euros que septuplican la cantidad necesaria para instaurar la renta básica, tan denostada por la clase que llama a parte de la población de la que viven parásitos, curiosamente el título de la última película premiada en los Oscar. La realidad es que España es un estado laico que parece ocupado por una secta progre de hijos de papá, esos que desparraman solidaridad en las redes sociales mientras compran en Amazon la última pijada de Apple y cuya religión mayoritaria es un egoísmo burgués, cuyos pilares son las poses, los selfis y el consumo, que es la carcoma del planeta. La realidad es que hay mucha más gente que muere diariamente de hambre que por coronavirus, y ahí están las cifras de los países de América Latina, dejados como siempre a su suerte. Y la realidad es que esto es un entrenamiento para lo que se avecina con el cambio climático, y que por mucho que nos quejemos no dependemos de las decisiones de los gobiernos nacionales, plurinacionales, europeos o internacionales, sino de lo que podamos hacer como ciudadanos. Para eso debemos exigir transparencia y participación, que es algo más que denunciar al vecino o asomarse a las ocho a las ventanas. La realidad es que este colapso se ha creado por una clase política incompetente que se estimula más el ombligo que la economía. Porque lo que se dice trabajar, van a trabajar los de siempre.
IDEAL (La Cerradura), 10/05/2020

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