Lo
que más molesta de este Gobierno es el artificio de sus medidas y propuestas,
cuando no el paternalismo, la infantilidad y la arrogancia con las que va
creando más dificultades en vez de evitarlas. Vivimos en un estado de alarma democrática,
como ilustran los diputados que se insultan llamándose “cacatúa”, como si
estuvieran en el patio del colegio. Porque hay quien vive en la realidad –el
personal sanitario, las fuerzas de orden público, los trabajadores de
cementerios y funerarias- y los que no saben dónde viven, por lo que se mueven
entre el aplauso y la cacerolada. La realidad es que entre esos mismos
sanitarios hay más casos de contagios porque se ven obligados a cumplir su
trabajo sin los medios adecuados. La realidad es que se ha confinado a la
población para proteger a nuestros mayores, pero se ha dejado a esos mismos
mayores que ya vivían confinados en residencias que mueran como chinches o en
la calle con unas pensiones paupérrimas. La realidad es que el gasto militar de
España en 2019 aumentó un 10%, 20.000 millones de euros que septuplican la
cantidad necesaria para instaurar la renta básica, tan denostada por la clase
que llama a parte de la población de la que viven parásitos, curiosamente el
título de la última película premiada en los Oscar. La realidad es que España
es un estado laico que parece ocupado por una secta progre de hijos de papá,
esos que desparraman solidaridad en las redes sociales mientras compran en
Amazon la última pijada de Apple y cuya religión mayoritaria es un egoísmo
burgués, cuyos pilares son las poses, los selfis y el consumo, que es la
carcoma del planeta. La realidad es que hay mucha más gente que muere
diariamente de hambre que por coronavirus, y ahí están las cifras de los países
de América Latina, dejados como siempre a su suerte. Y la realidad es que esto
es un entrenamiento para lo que se avecina con el cambio climático, y que por
mucho que nos quejemos no dependemos de las decisiones de los gobiernos
nacionales, plurinacionales, europeos o internacionales, sino de lo que podamos
hacer como ciudadanos. Para eso debemos exigir transparencia y participación,
que es algo más que denunciar al vecino o asomarse a las ocho a las ventanas. La
realidad es que este colapso se ha creado por una clase política incompetente
que se estimula más el ombligo que la economía. Porque lo que se dice trabajar,
van a trabajar los de siempre.
IDEAL (La Cerradura), 10/05/2020
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