Con
las defensas un poco bajas debemos enfrentarnos al tercer embate de la
pandemia. Después del sueño de la normalidad navideña la gente vuelve a hacer
acopio de víveres por el runrún de un nuevo confinamiento. Nos hemos convertido
en una especie de topos, dispuestos a refugiarnos en la guarida, a ser posible
con jardín, que la piscina ya la trae puesta Filomena. La población se mueve
entre el deseo de libertad y el miedo al contagio, y a falta de que alguien lo
diga decide autoconfinarse, como han hecho en diez pueblos de la provincia de
Granada. Es una prueba de que el sentido común es más fuerte que el sentido de
Estado. Así, las poblaciones se cierran perimetralmente y se convierten en
ciudades-estado como en la antigua Grecia, a la que quizá volvamos. Porque
mientras guerreros con cuernos asaltan el Capitolio y Satanás rectifica después
de convertir a sus seguidores en diablos, en España hay quien hace paralelismos
y se pregunta por qué aquí nadie se rasga las vestiduras cuando se asalta la
democracia. ¿El indulto es igual que el perdón? Quizá la diferencia estribe en
que a nadie le gusta ver en la cárcel a quien lucha por sus ideas, aunque haya
quien confunda la ideología con el poder, esa maldición que ha hecho del ser
humano un aniquilador de los derechos y libertades y del propio planeta. Así
que hay que levantar la guardia y tratar de esquivar los golpes del enemigo,
aunque este sea tan minúsculo que logre colarse por nuestras defensas. Y no
ayudan las administraciones públicas, que vacunan a paso de tortuga. El
problema de España es que confundimos los servicios públicos con la política, y
ahí tenemos al ministro de Sanidad, haciendo campaña para presidir Cataluña.
¿Tiene claras sus prioridades? Pues sí. Sus asesores le han dicho que debe
mantenerse en el foco mediático cueste lo que cueste, aunque sea la salud
pública. Porque al parecer son expertos en marketing los que gestionan la
pandemia. A este país le faltan medios, pero también decencia. No obstante,
seguiremos bailando sobre el ring, dando y esquivando golpes. Aquí va un “jab”
con la izquierda y un “cross” con la derecha, que el “uppercut” va por el
centro, de abajo arriba a la mandíbula de nuestro contrincante, manteniendo
siempre la guardia. En la política española no se estilan los Muhammad Ali,
aunque abundan los Mike Tyson, e incluso tenemos a un Rocky Marciano. No tiraremos
la toalla en el tercer asalto.
IDEAL (La Cerradura), 10/01/2021
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