A
las seis de la tarde, parte de la vida se detiene. La gente apura sus compras y
la policía aparece en sus coches, pendiente de que el segundero llegue a las
doce para realizar los primeros controles. La rutina se ha vuelto molesta para
clientes y comerciantes, que deben cronometrarse. Es normal que la gente se
desanime, sobre todo nuestros mayores, que leen que ya no ingresan en la UCI a
los mayores de 80 años, según ha denunciado el presidente del Sindicato Médico
de Granada, Francisco Cantalejo, y que probablemente se irá bajando esa franja
de edad según las circunstancias sanitarias y la situación de los hospitales.
No sólo es espantoso, sino inmoral. Como lo es tener que seguir escuchando a
los responsables públicos que han negado reiteradamente la gravedad de la
pandemia y que han ido cambiando su discurso en función de las circunstancias,
desde Fernando Simón a Pedro Sánchez, sobre el uso de la mascarilla, la
incidencia de las nuevas cepas o la llegada de las vacunas. Ya no se trata del
cuento del pastor mentiroso, sino de una mentira continuada de aquellos que
tienen la obligación de explicar la realidad, por muy dolorosa que esta sea.
Presuponemos que no hay mala fe en la gestión pública y únicamente impotencia,
pero es evidente que las personas que están al frente de la gestión de la
pandemia en España no están capacitadas para ello. Hablan de más. Acuñan
eufemismos para negar la realidad y lo que es peor, poner en riesgo la vida de
los ciudadanos que ven cómo son borrados del mapa. Mientras, hay quien se lía
una manta a la cabeza, sigue ignorando las medidas de higiene básicas, especula
sobre conspiraciones que justifiquen su egoísmo, propaga bulos en las redes
sociales, pone en riesgo a los que le rodean. Vivimos en una sociedad en que la
estupidez campa a sus anchas. Y parte de la responsabilidad es de quienes no
tienen ningún respeto a la verdad, no ya en una campaña política, sino en una
emergencia sanitaria. Personas que deben de haber olvidado que tuvieron padres
y abuelos, y que incluso ellos mismos, a pesar de su irresponsabilidad, también
son seres humanos, sujetos de derechos y libertades. Necesitamos gestores que
sepan diferenciar la verdad de la mentira, y llamar a la realidad por su
nombre. ¿Se utilizan todos los recursos públicos? ¿Cuánto puede durar la
paciencia de los ciudadanos? ¿No se les quiere inquietar más? A falta de unas
elecciones, la esperanza depende de la estación.
IDEAL (La Cerradura), 7/02/2021
No hay comentarios:
Publicar un comentario