Incapaces
de rebelarse quizá contra la educación nacional católica heredada, algunos
políticos españoles parecen dictadores en potencia (aunque se quejen
alegremente de la calidad democrática), capaces de ponerse la ley por montera
en cuanto les dejan, lo que lamentablemente ha propiciado la declaración
inconstitucional del estado de alarma. Así, mientras el presidente del Gobierno
se vale de la emergencia sanitaria para eliminar el Estado de Derecho al tiempo
que su vicepresidente Pablo Iglesias no deja de criticar esa democracia que le
ha permitido convertirse en casta, el presidente de la Junta de Andalucía, Juan
Manuel Moreno, prohíbe la venta de alcohol a partir de las seis de la tarde en
cualquier comercio, aprovechando que el río analcohólico pasa por Pisuerga. Porque,
contrariamente a lo que se piensa, la “ley seca” no se refiere a los combates
contra los abusos del alcohol (ya nos han enseñado que, sin embargo, los
estancos prestan servicios esenciales, aunque no sabemos por cuánto tiempo),
sino al poco seso de aquellos tratan de justificar las prohibiciones
arbitrarias. Porque la cuestión no es lo que se prohíba, sino el mero hecho de
prohibir, lo que demuestra un nulo respeto por el ejercicio de los derechos y
libertades fundamentales y un desprecio absoluto a la madurez de los
ciudadanos. Teniendo en cuenta el nivel de nuestra clase política, lo raro es
que la gente no beba o se suicide moderadamente como se le antoje. ¿Hasta dónde
va a consentir la ciudadanía? Esa es la pregunta que parecen hacerse parte de
nuestros responsables públicos, que ya se ríen del Gran Hermano de 1984. Desde
que empezó la pandemia, la confusión parece ser la tónica general y, a falta de
recursos y de medidas eficaces, la política se ha reducido al ejercicio de la
autoridad, que abre o cierra la mano para pegarle collejas a la población,
tratada como párvulos. ¡Líbrennos del miedo! Así, puedes caminar a esta hora,
correr a esta otra, ver a tus amigos en una mesa de no más de cuatro personas,
pero no en tu casa, aunque seáis tres, no va a haber actos culturales ni
deportivos, por peligro de contagio, pero sí políticos, que ya estamos a fin de
cuentas contagiados, en un galimatías territorial y administrativo en el que lo
que resulta inaudito es que todavía no hayamos saltado por los aires. “La mayor
virtud es la paciencia”, nos dicen los filósofos. Y es que quizá llegue el día,
en que, en pleno delirio político, los malos gobernantes decidan prohibirse a
sí mismos. Amén.
IDEAL (La Cerradura), 14/02/2021
No hay comentarios:
Publicar un comentario