Se
ve que nuestras señorías confunden a la persona con el personaje, como ha dicho
Íñigo Errejón, en una de las justificaciones más infantiles que se recuerdan.
No vale ni para un mal actor. Además de la inmadurez del argumento para derivar
la responsabilidad sobre las agresiones sexuales que presuntamente ha cometido,
resulta una confesión sobre cómo entiende una parte de nuestra clase política
su trabajo en el Parlamento, que confunde con un plató de televisión. Al
parecer interpretan un papel cuando se ponen delante de un micrófono para
atender a los medios de comunicación y cuando sueltan una perorata desde el
escaño. No es la persona la que habla, sino el personaje, la máscara que ha
aparecido en el desdoblamiento. Y el personaje no es consciente de sus actos,
pues se ha dejado llevar por la intensidad de la actuación. Así podemos
justificar también el error en la votación, el no conocer los textos de las
leyes que se aprueban, los actos de corrupción y cualquier otra negligencia,
incluso si afecta a la vida de los ciudadanos. En una de las semanas más
trágicas de nuestra historia reciente, hemos asistido a un cruce de reproches y
acusaciones entre el presidente de la Comunidad Valenciana, el presidente del
Gobierno y el jefe de la oposición, incapaces de mostrar unidad y gestionar de
una manera coordinada y eficaz la ayuda a las víctimas de la Dana. Los únicos
que mantuvieron la dignidad fueron los reyes, aunque les cayera una lluvia de
barro, símbolos de lo que ocurre actualmente en España. Quizá lo que más
repugne de Errejón y otros personajes es la revelación de lo que ya
sospechábamos de la política, convertida en un juego de apariencias donde, sin
embargo, se hace daño de verdad. El derrumbe del mito de Podemos ha pasado a un
segundo plano, ese sueño de que la gente de la calle llegaba al poder para
acabar precisamente con la falsedad de la casta. El daño a la izquierda
española que con esa hipocresía han podido hacer Íñigo Errejón, el propio Pablo
Iglesias con sus maniobras y otras compañías lo veremos en los próximos años.
Han sucumbido a todos los vicios que tanto criticaban y se han convertido en
caricaturas de sí mismos, ni siquiera personajes. Y es una verdadera lástima.
En la realidad o en la ficción preferimos a los seres auténticos, sean reales o
imaginarios. Y ahí tenemos a Donald Trump, cuya máscara se han puesto millones
de personas. En la política necesitamos personas.
IDEAL (La Cerradura), 10/11/2024
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