España
se parece cada vez menos a un país del primer mundo, que nunca sabremos lo que
será; mucho menos se parece Andalucía, donde la tasa de pobreza ha crecido un
dieciséis por ciento en los últimos años. Y las evidencias no las proporcionan
las estadísticas, sino la propia calle, a pesar de que estrenemos Rey. Aunque
quizá se trate de eso, pues según nos cuentan, Felipe VI, cuando era príncipe,
hizo de mendigo mezclándose con el pueblo. En los cines, eso sí, o en algunos
restaurantes poco concurridos. Quizá porque en los restaurantes y en los bares
uno se avergüenza menos de ser un príncipe o, simplemente, de ser feliz. Vivimos
por el estómago, y comer y beber es otra manera de amar el cuerpo, no sólo la
dieta y el ejercicio, cuyos practicantes tienen ese aire del sabio estoico que
en realidad aspira a ser epicúreo. Es lo que le pasa al Rey y a cualquiera de
nosotros. Que tratamos de curar el alma a través de los sentidos y los sentidos
a través del alma, como quería Óscar Wilde. Sin embargo, hay miseria en
nuestras calles, camuflada entre la riqueza y la alegría por la celebración del
Corpus. Y aquí los pobres apelan a nuestra conciencia. Señoras con hijos a
cuestas te piden que les compres un litro de leche, pan o “lo que puedas”.
Acaso sea esta la cuestión, como afirma un joven de las Juventudes Comunistas
de España que, después de venderme un periódico, me pide mi teléfono para
convocarme a una asamblea ciudadana. Y todo esto me ocurre sin salir de la
calle Zacatín, donde los escaparates rutilantes me invitan también a aflojarme
el bolsillo con la nueva temporada de verano. La vida es cíclica, y lo saben y
lo sufren todos los ciudadanos, monárquicos o republicanos, en Granada o en
Madrid. Hasta la selección nacional de fútbol, antes campeona, ha venido a
confirmarlo en Brasil. Esta semana han coincidido los titulares de la prensa de
información general y de la prensa deportiva: “Fin de ciclo”, “otro tiempo”,
“fue bonito mientras duró” o “la España del nuevo Rey”, sobre la nueva
generación que asume con desconfianza su propia responsabilidad sobre el
presente y el inestable futuro. “España ha sido predecible, lenta y triste”, ha
sentenciado Mourinho, gurú político. Y también los patrocinadores han tenido
que conformarse con sólo una semana de amor a la Roja. ¿Cuántos mensajes han
quedado obsoletos? Pero los hinchas son sufridores natos. Menos mal que Felipe
VI es del Atlético de Madrid.
IDEAL
(La Cerradura), 22/06/2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario