El
derecho a la intimidad parece haber desaparecido en el mundo de hoy. Así,
mientras la mitad de la población se dedica a mostrarla a través de las redes
sociales, la otra mitad se dedica a robarla. Hasta los medios de comunicación
pretendidamente serios ofrecen en sus versiones digitales fotografías y vídeos
que bordean ese derecho, normalmente refiriéndose a otras noticias y
remitiéndose a otras webs, pero también ofreciendo información de elaboración
propia y de un pésimo gusto. Ejemplo de ello han sido las noticias sobre el
robo de fotografías de desnudos de Jennifer Lawrence y otras modelos y artistas (algún psiquiatra
debería escribir sobre la plaga del “selfie”), facilitadas a lectores y
espectadores con todo detalle, con lo que los medios en cuestión se han
convertido en cómplices del hacker, cuya conducta hubiera pasado quizá
desapercibida sin esa valiosa colaboración. Pero bastante más lamentable han
sido las noticias sobre el asesinato de los periodistas Steven Sotloff y James
Foley por los yihadistas islámicos, verdadero cáncer de la sociedad actual,
como demuestra que estén luchando en Irak o Siria ciudadanos europeos,
tolerantes y apáticos por naturaleza. ¿Hace falta reproducir el vídeo de esas
ejecuciones, aunque sea censurado? Lo que hay que hacer es no emitir el vídeo
ni en los medios de comunicación ni en las redes sociales, pues contienen la
secuencia del asesinato de un ser humano. Y es precisamente con lo que cuentan
los yihadistas, que se aprovechan de las debilidades de nuestra sociedad, entre
las que se encuentran el morbo y la falta, al parecer, del más mínimo sentido
común. El derecho a la información se ha convertido en un apéndice del
sensacionalismo, y nuestra avidez por recibir shocks informativos y emocionales
parece haber sobrepasado los límites de lo razonable. Desde informativos que nos
cuentan las estrategias policiales para la captura de pederastas hasta el
rosario de vomitivas noticias de sucesos con el que se hacen algunos programas
de televisión, la programación informativa carece de cualquier plan racional,
no ya social, educativo o cultural. Y quizá sea ese mismo caos el que provoque
tanta brutalidad y tanta idiocia colectiva. Esta semana ha ardido en Granada la
biblioteca de la Facultad de Derecho, una verdadera tragedia para cualquier
persona que haya pasado sólo un rato allí. Las fotos de la destrucción causada
por el fuego no salían en los medios de comunicación, pero circulaban a los
pocos minutos por las redes sociales, entre comentarios jocosos. Sería bueno que
al menos los imbéciles decidieran conservar el anonimato.
IDEAL
(La Cerradura), 7/09/2014
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