Esta
semana hemos celebrado el Día del Lector en Andalucía y, como otros escritores,
he participado en las actividades organizadas por el Centro Andaluz de las
Letras, cuyos programas para el fomento de la lectura deberían ser un modelo de
la gestión cultural que puede hacerse en toda España. Yo estuve en la
Biblioteca Pública “Miguel Hernández”, en Armilla, una localidad que ha dado
demasiado que hablar por la especulación urbanística, pero que puede presumir
de tener una biblioteca moderna en la calle Real, que gestionan admirablemente
Práxedes, Lucía y Manuel, entre otras personas que contribuyen a regalar a su
público unos ratos de paz. Me llamó la atención que todas las salas de las tres
plantas del edificio estuvieran llenas. Había mucha gente estudiando, y también
algunos jubilados aprovechando para leer los periódicos locales y nacionales con
tranquilidad, una costumbre que podría librar a nuestra juventud del
analfabetismo digital reinante. Y quizá sea eso lo mejor que puedan ofrecer las
bibliotecas hoy día, pues son verdaderos templos de la cultura, refugios contra
el bombardeo actual de información vacía. Porque la información sin reflexión
no existe, y para reflexionar hace falta tiempo, pero también disponer de un
espacio adecuado para ello. Es algo que deberían tener en cuenta los editores y
los propios medios, pues sin duda el soporte utilizado para leer y escribir
condiciona el contenido. Un ordenador no es lo mismo que una tablet, ni una tablet
que un reader ebook, y el propio ebook no tiene nada que ver con el libro en
papel. Leer un libro impreso requiere un aislamiento ajeno a las llamadas, a los
pitidos del WhatsApp o a los avisos de mensajes, que interrumpen cualquier
pensamiento elaborado. Coger un libro en papel es sostener un mundo completo en
las manos, delimitado por la portada, los márgenes de las hojas, que al
pasarlas te susurran cosas, con su olor y su tacto característicos. Lo mismo
ocurre al hojear las páginas del diario impreso, con la tinta todavía fresca
sobre el papel. Todos seríamos mejores si frecuentásemos las bibliotecas, más
inteligentes y más libres, ante tanto cavernícola cibernético. Los lectores son
supervivientes, verdaderos guardianes de la cultura y la democracia. Un día sin
leer es un día perdido, y todos los días deberían ser días del lector. En “La
biblioteca de Babel”, escribía Borges: “Nadie puede articular una sílaba que no
esté llena de ternuras y temores; que no sea en alguno de esos lenguajes el
nombre poderoso de un dios”. Feliz Navidad con bibliotecas y libros.
IDEAL
(La Cerradura), 21/12/2014
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