La
mejor película que he visto últimamente se titula About time, traducida en España como Una cuestión de tiempo, donde el protagonista puede viajar al
pasado, el único tiempo que realmente nos interesa. Porque el presente y el
futuro dependen más o menos de lo que uno quiere y esté dispuesto a sacrificar,
pero, ¿y el pasado? ¿Quién no querría cambiar algunas de las cosas que ha hecho
o –mucho más importante- dejó de hacer? Volver a besar a esa chica, o tomar de
nuevo esa decisión que, vista con perspectiva, resultó tan equivocada... La
gracia de esta película es que plantea la cuestión desde el punto de vista que
en verdad nos interesa: hay que vivir cada momento como si fuera el último y,
si es posible, vivirlo una y otra vez, hasta lograr que toda nuestra vida
–construida con momentos únicos- sea plena. El director, Richard Curtis, ya nos
había dejado otra película memorable, Cuatro
bodas y un funeral, pero, lejos del sentimentalismo de la primera, About time se vuelve a disfrutar como se
disfruta a Proust, reviviendo el tiempo perdido y recobrado. Y a ello
contribuye el inmejorable reparto: Rachel McAdams (Mary), Domhnall Gleeson
(Tim), Bill Nighy (Dad), Lydia Wilson (Kit Kat) y Lindsay Duncan (Mum), que
encarnan personajes entrañables y cercanos.
Pero
la mejor lectura viene después, cuando uno empieza a pensar en la propia vida. Y
qué gran acontecimiento es ver la vida desde esa perspectiva, sobre todo ahora
que comienza el año. En estas fechas, yo me acuerdo de Dickens, uno de los
autores a los que hay que releer, como a Stevenson o a Wilde, pues supieron
escribir como nadie sobre el paso del tiempo. Dickens le prestó especial
atención a la Navidad no sólo en su famoso cuento (cuyo título original era: A Christmas Carol in Prose, being a Ghost
Story of Chrismas), sino en
todos los relatos que escribía por estas fechas. Él sabía de pasos y de tristeza,
de niños y espectros, de culpa y miedo. Él escribía con cariño y cuidado, pues
sabía también que una frase vacía puede formar un hueco más en el corazón de
una persona, y él creía que las personas pueden cambiar su vida y, de paso, las
vidas de los demás. Los viajes
de Scrooge sobre sus propias Navidades son el mejor ejemplo de una vuelta al
mundo y de un viaje en el tiempo en una sola noche. El éxito de esta “pesadilla gozosa”, como lo denominaría Chesterton,
fue fulminante. ¿Y qué es lo que tiene de mágico este cuento? Que sus
personajes son profundamente humanos. Y quizá por eso diría Stevenson después
de leerlo que él se había sentido mejor al hacerlo, y que estaba dispuesto a
hacer el bien y a no perder el tiempo: “¡Oh, qué hermoso es para un hombre
haber escrito libros como éste y llenar de piedad el corazón de la gente!”
En la Navidad de 1836, título
de uno de los muchos artículos que publicaría en La Gaceta,
escribía Mariano José de Larra: ¿Hay misterio que celebrar?
“Pues comamos”, dice el hombre; no dice: “Reflexionemos”. El vientre es el
encargado de cumplir con las grandes solemnidades. El hombre tiene que recurrir
a la materia para pagar las deudas del espíritu. ¡Argumento terrible en favor
del alma! El alma
es el tiempo, nos dice
San Agustín. Y Luis Cernuda escribió un poema pagano, la Adoración de los Magos, donde recuerda la juventud con añoranza, pues
entonces las cosas nos parecían más ciertas, incluida la Navidad: No es menor maravilla;
si yo vivo,/ bien puede un Dios vivir sobre nosotros./ Mas nunca nos consuela
un pensamiento,/sino la gracia muda de las cosas. Porque, como diría
Tim, todos viajamos en el tiempo cada día de nuestra
vida, y lo único que podemos hacer es disfrutar de ese maravilloso viaje.
Feliz 2015.
El Mundo Andalucía (Viajero del tiempo),
2/01/2015
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