Según
el informe publicado por la ONG Transparencia Internacional España, el de
Granada es el ayuntamiento menos transparente del país. Es decir, el que menos
información facilita sobre la corporación municipal, relaciones con los
ciudadanos y la sociedad, información económico-financiera, contrataciones y
costes de los servicios, urbanismo, obras públicas y medioambiente. Porque hay
quien está convencido de que la ideología no tiene nada que ver con la objetividad.
Así, desde el ayuntamiento se nos dice que “Granada ha decidido no malgastar
esfuerzos ni recursos públicos para responder y entrar en el juego de organizaciones
o entidades de las que desconocemos el objetivo que persiguen”. ¡Granada! No el
ayuntamiento ni los cargos electos de la corporación, sino la propia ciudad de
Granada, que al parecer sólo ellos personifican. Aunque el objetivo público de
esta organización, como también debería ser el del ayuntamiento, sólo sea
proporcionar a los ciudadanos la información que ellos –no Granada, que los
padece- no ofrecen, pues la web del ayuntamiento ni siquiera cuenta con un
espacio dedicado a la transparencia, como exige la Ley de la Transparencia y
como sí tienen buena parte de los 110 mayores ayuntamientos de España que se
han dignado a participar en este estudio sin mayor problema, quizá porque no
tengan nada que esconder. De hecho, si uno acude a la web del ayuntamiento para
ver los presupuestos municipales, el documento clave para valorar la gestión
económica de sus regidores, se encuentra con un balance en donde ni siquiera se
desglosa la recaudación por cada uno de los tributos municipales, aunque sólo
sea para realizar un estudio estadístico. Sí hay acceso directo, sin embargo, y
en la misma portada, a los informativos de la cadena municipal TG7, que, sin
desmerecer la labor de sus profesionales, consisten, básicamente, en una loa a
la gestión de los regidores de la corporación. Por eso, de esta cadena lo mejor
son los programas culturales – ¡viva la designación de Granada como “Ciudad de
la literatura”, si es que ya no lo era!- y las
películas de Retroback, a las que no siempre les prestan la atención que
se merecen. La última vez que vi una, “El premio”, cortaron precisamente el
final, ante la estupefacción de mi hijo y yo, que asistíamos a las andanzas de Paul
Newman en la Academia Sueca. Quizá lo que podrían ahorrarnos es el final de
esta lamentable etapa política. Porque la opacidad podría ser el principio de
la transparencia. En las próximas elecciones municipales tenemos una buena
oportunidad para comprobarlo.
IDEAL
(La Cerradura), 1/02/2015
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