Visto
lo visto, en Granada las Administraciones públicas deberían dedicarse a otra
cosa o, simplemente, desaparecer. Después de los bochornos sucesivos del Centro
Lorca y del Patronato de la Alhambra, las instituciones presumen de “buscar un
consenso” para elegir al director/a de ambos organismos. ¿Por qué no se convoca
un concurso público? ¿Qué nos importan a los ciudadanos las afinidades
políticas o sentimentales de las personas a las que vamos a pagar de nuestro
bolsillo por realizar un trabajo para el que, como mínimo, deben ser
profesionalmente dignos? Si esa persona le cae bien a A o a B, o si le debe o
le ha hecho favores a B o a A, no nos interesa. ¿Está capacitada para gestionar
la Alhambra o el Centro Lorca? Teniendo en cuenta quiénes son los patronos de
estas instituciones podríamos pensar que no es ésa la cuestión, pero el
director debería ser un profesional, y no un político que va pasando de cargo
en cargo sin haber demostrado la más mínima cualificación académica o laboral.
¿No deberíamos conocer el currículo de nuestros responsables públicos, además
de su declaración de la renta? ¿No se exige en cualquier entrevista laboral?
¿Por qué soportamos a responsables públicos que no son ni licenciados en
Derecho? A las personas que trabajan con los derechos y libertades de los
ciudadanos habría que exigirles la máxima formación. O por los menos que
conozcan las normas básicas del ordenamiento jurídico. Si hoy día no pasarían
de la primera entrevista para encontrar trabajo en una empresa, ¿qué hacen
encabezando una lista electoral? Los políticos deberían representar a los
ciudadanos, y no los intereses de partido. Pero los partidos y las
Administraciones públicas en España no se han dedicado a trabajar por los ciudadanos,
sino a crear redes clientelares que pueden explicar algunos resultados
electorales repetidos desde la Transición. Una práctica que fomenta la
mediocridad, la discrecionalidad y las asimetrías sociales. Al contrario, la
meritocracia no debería aplicarse solamente para la contratación en la función
pública. ¿Sería mucho pedir que en todas las organizaciones que trabajen por el
interés público se aplicasen los mismos criterios? El supuesto carisma de las
caras más visibles de nuestra política se parece más al de los participantes en
programas como Supervivientes o Sálvame, pero nos da la medida de las personas
que los apoyan, dentro y fuera de los partidos. Tan malo como el sectarismo
puede ser para la gestión pública este tipo de consenso. Actualmente, el mayor
mérito de nuestros políticos es su descrédito.
IDEAL (La Cerradura), 19/07/2015
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