El
tipo viene corriendo por el paseo. Lleva el pelo recogido en una especie de
moño en la coronilla, pero es inmune al ridículo. Si se cruza con una chica, se
acerca un poco a ella para mirarla fijamente a través de las gafas de sol –se
nota porque gira la cabeza-; y, si se cruza con un chico, estira un poco más el
cuello y saca pecho, acelerando el trote. Lo peor es que los hombres y mujeres
que se lo encuentran tratan de apartarse lo más posible dentro de la acera,
pero él no quiere darse cuenta. Prefiere regalarnos su olor y su sudor, pues el
macho man va sin camiseta. Y no es el único. El running se ha convertido en una
plaga que asola la playa de Almuñécar, desde Velilla a Cotobro. De la mañana a
la noche hay, fundamentalmente, tipos corriendo. Y se ve que no tienen
complejos. Tú puedes relajarte un poco y mirar el mar, pero de pronto aparece
otro energúmeno, y aquí la ley de la gravedad causa estragos en su fisonomía y
en tu estómago cuando observas cómo ese muñeco Michelín se expande y se contrae
como un acordeón, haciendo que la gente salga despavorida, no vaya a ser
duchada, bufida o, simplemente, embestida. Pues lo peor es que sufren, y aunque
al cruzarse contigo tratan de recuperar la dignidad, van ahogándose los pobres,
contando en el aparatejo que llevan en el brazo las calorías que les faltan por
quemar para compensar las seis cervezas que se tomaron anoche. Si esta noche
están dispuestos a tomarse otras seis no importa, porque al día siguiente
saldrán a correr otra vez para salpicar de urea y amoniaco a algunos
transeúntes. Uno, dos, tres, cuatro, cinco corredores han pasado por tu lado, y
eso que no llevas andando ni cinco minutos. Así, es comprensible la
desesperación de algunos, pero, sobre todo, de algunas. Con los bufidos se
mezclan los suspiros de las corredoras, perfectamente equipadas con camisetas,
pantalones, calcetines y zapatillas, hartas de cruzarse con los macho manes que
no les quitan ojo de encima y que, incluso, se dan la vuelta para mirarles el
trasero cuando pasan a su lado. ¿Qué pasará por esas cabezas ahítas de testosterona?
Menos mal que ha llegado el momento en que el gigante que habita en el Peñón
del Santo se levanta para zamparse de un lengüetazo a todos los cerdos rebozados
y tostaditos que corrían por el paseo. Tendrían que haberse puesto la camiseta.
IDEAL
(La Cerradura), 23/08/2015
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