El
progreso nos ha traído paisajes que difícilmente pueden explicarse desde el
presente. Maravillas de la técnica que hoy nos parecerían atentados contra la
naturaleza y que, sin embargo, fundidos ya con el entorno, nos ofrecen
espectáculos sobrecogedores. El embarcadero comercial construido por la “Rio
Tinto Company Limited” sobre el río Odiel –aunque conocido como el “Muelle del
Tinto”- es un ejemplo de ello, pues, al adentrarse en la ría de Huelva, nos
permite hacer un viaje en el tiempo y contemplar uno de los atardeceres más bellos
que pueden verse en esta provincia. Construido entre 1874 y 1876 para
transportar el cobre desde las minas a la ciudad, este puente de 1.165 metros
supone uno de los hitos de la actividad de la empresa que transformó un pueblo
pesquero en uno de los centros mundiales de la minería. Y es que la historia de
la exportación del cobre puede entenderse como una tragedia, pero también como
una parábola de la civilización y la lucha por la supervivencia del ser humano
en un entorno hostil, casi marciano, como es el de las Minas de Riotinto.
Lo
sabe bien Juan Cobos Wilkins, que en la novela “El corazón de la tierra” (Plaza y Janés, 2001) convirtió las
minas en un territorio mítico, y en cuya obra, desde la narrativa al ensayo o
la poesía, siempre ha estado muy presente el paisaje y la historia de Huelva.
Curiosamente, en la adaptación de esta novela al cine, realizada por Antonio
Cuadri (2007), el “Muelle del Tinto” tiene un macabro protagonismo, pues desde
él arrojan al río los cadáveres de los fallecidos en la revuelta de los mineros
en 1888 (“el año de los tiros”) contra la “Rio Tinto Company Limited”, y
dispersada por soldados del Regimiento de Pavía. Y es a Antonio Cuadri, cuyo
abuelo fue alcalde de Trigueros, a quien Juan Cobos Wilkins dedica su última
novela, “Pan y cielo” (La isla de
Siltolá, 2015), donde a partir de una anécdota tan peculiar como representativa
de lo que ha sido y es España –la afiliación de San Antonio Abad a la UGT en
1932 para poder ser sacado en procesión en esa localidad de Huelva-, construye
un relato coral e inclasificable, tan divino como humano, de la sociedad en que
vivimos.
Porque
si San Sebastián y el propio San Antonio Abad se convierten en los narradores
de la novela, el mismo Dios es un lector de excepción que asiste a las andanzas
de personajes alegóricos y arquetípicos y, sin embargo, vivos, como María
España, Cipriano Mandamiento, Palmira, Virginia o el alcalde Juan Colombini,
que nos hablan de la sociedad de hoy, pues una de las ventajas de escribir
desde el cielo es que en un momento puedes viajar desde 1932 hasta la
actualidad y reflexionar con la perspectiva que nos dan los años sobre el
sentido de esta –nuestra- historia: “Exacto, Sebastián. Es ahí donde quería
llegar. Panes frente a balas. Deseaba que lo descubrieras por ti mismo. Contiene
toda una lección de tolerancia, un notable ejemplo de respeto y comprensión. Y
si hubiese cundido, acaso no le habría sobrevenido a este país el horror que le
aguarda cuatro años después. Lluvia de panes frente al diluvio de balas”.
Y
podríamos decir lo mismo de “Pan y cielo”, donde con un gran sentido del humor
Cobos Wilkins mezcla el lenguaje culto y el popular para que se expresen unos
personajes que son mitad Sancho Panza y mitad Quijote, en un relato que es
también poético y surrealista. Y lo hace con una naturalidad pasmosa, porque el
trabajo del escritor no se ve. En “Para qué la poesía” (Plaza y Janés, 2012),
Juan Cobos Wilkins escribe: “Sobre el mantel azul, mira/ –te digo-/ el azúcar
derramada parece la Vía Láctea”. Quizá encontremos en esta novela el pan y el
cielo de nuestros días.
El
Mundo Andalucía (Viajero del tiempo), 6/11/2015
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