Desde
los atentados de la semana pasada en París la realidad parece haberse
suspendido, recordándonos nuestra fragilidad. Pero la realidad es una
consecuencia de nuestros actos o de nuestra indolencia, y esta sociedad se ha
vuelto acomodaticia, con ciudadanos acostumbrados a que tomen las decisiones
por ellos, como sus responsables públicos y los gobiernos europeos, incapaces
de responder unánimemente a la llamada de ayuda de Francia, que se ha visto
obligada a declarar la guerra al Estado Islámico. ¿No éramos todos Francia? Porque
lamentablemente a este terrorismo no se le vence sólo con solidaridad y
confianza en los principios democráticos, y el problema de las guerras es que
las provocan fanáticos que privan a los demás del derecho a decidir, del
derecho a no matar o a vivir pacíficamente, del derecho de decir no a la
guerra. No te piden tu opinión para quitarte de en medio. Las discusiones en
abstracto se acaban cuando te están apuntando con un arma. Y claro que se
combate este terrorismo con bombardeos a las bases en Siria, o mandando tres
divisiones si hace falta para evitar que te pongan las bombas en la puerta de tu
casa. Y reforzando las medidas de seguridad, y controlando las fronteras. Y no
eliminando las humanidades de los planes de estudio, claro, para que los
ciudadanos sean tan manejables y moldeables que terminen convirtiéndose no ya
en un engranaje más de la cadena de producción, sino en terroristas reclutados
por analfabetos que resultan más atractivos por su nihilismo, confundido con
religión. Recogemos lo que estamos sembrando, dentro de nuestras sociedades o
en Oriente Medio. No vivimos una tercera guerra mundial, como ha dicho el Papa,
sino que, desde principios del siglo veinte, no hemos salido de ella. Como
mucho, habíamos aprendido a alejarla de nuestras fronteras. ¿De qué huyen los
refugiados que ahora entran en Europa? No vas a poder alejar siempre la miseria
y el hambre. No va a dejar de tener consecuencias que haya quien se muera de
hambre mientras tú te das un festín. De esa inmoralidad básica se alimentan
estos fanáticos, pero también los especuladores, los banqueros y los directores
de multinacionales e instituciones financieras. Pues esto es lo que hay. Los
diputados de la asamblea gala cantando la Marsellesa después de una declaración
de guerra. Y miles de ciudadanos emocionados en la puerta de las instituciones
esforzándose en cantarla sin saber francés. ¿Cuántos diputados españoles
cantarían el himno español en el Congreso? Primero tendríamos que ponernos de
acuerdo para ponerle letra.
IDEAL
(La Cerradura), 22/11/2015
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