Tal
como van las cosas, quizá deberían ser Juanito Rajoy y Alba Rodríguez
candidatos a la presidencia del Gobierno.
El primero, menor de dieciocho años, se llevó un capón en directo del
actual presidente del Gobierno –su padre- por decir lo que pensaba en la radio.
Y a la segunda, de diecinueve, e hija del expresidente José Luis Rodríguez
Zapatero, le han dedicado miles de comentarios en las redes sociales y páginas
enteras en la prensa impresa simplemente por colgar en YouTube un vídeo de prácticas
de la carrera que estudia, Comunicación y Artes Escénicas. A mí lo que me
asombra es la atención que medios y público le han prestado a lo que no debería
ser más que una anécdota. A Rajoy lo han acusado poco menos que de malos tratos
por el capón a su hijo, que en las imágenes salía dolorido y pixelado. Y Alba
Rodríguez ha sido objeto de mofas y burlas simplemente por ser la hija de ZP,
un político que ha dejado una herencia de cejas y demagogia incluso más grande
que la deuda pública debida a su gestión económica. Y como al parecer esto es
lo que nos interesa, es preferible que los candidatos salgan en programas de
cocina y entretenimiento a que debatan sobre la corrupción, el paro o la
guerra. Porque para obtener votos ya no basta con estar sobradamente preparado,
como esa generación JASP que efectivamente sólo engrosa la lista del paro, sino
que hay que saber cocinar o jugar al futbolín, conducir un todoterreno o volar
en globo o parapente, esas cosas que no sé yo si solemos hacer los ciudadanos,
pero que sirven para humanizar a los candidatos. Se ve que no son humanos, y
por eso, cualquiera que para demostrar lo contrario se exhiba desnudo en
Instagram, recibirá más votos que otro que aparezca vestido, serio y
responsable. ¿No salió desnudo Albert Rivera en los carteles electorales de
Ciudadanos? Para que luego diga Rajoy que carece de experiencia. Pero si de eso
se trata, hombre. Qué soponcio nos daría si les diera por hacer lo mismo a los
candidatos en Granada, además de enseñarnos su patrimonio. Porque ya no nos
interesa la idea o el producto en sí, sino su forma de presentación: llana,
cercana, ¿desnuda? Si no recuerdo mal, la publicidad engañosa era aquélla que,
de cualquier modo, incluida su forma de presentación, podía inducir a error a
su destinatario, modificando su comportamiento económico. Y es también una
magnífica definición del modo en que entendemos la política en España.
IDEAL
(La Cerradura), 6/12/2015
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