La
preocupación de los padres por lo que leen sus hijos explica el éxito de los
libros y películas basadas en las diferentes sagas de literatura juvenil como “Los
juegos del hambre”, de Suzanne Collins, “El corredor del laberinto”, de James
Dashner, o “Divergente”, de Veronica Roth. Pero lo curioso es que no es el
tiempo que los progenitores dedican habitualmente a leer, sino parte del tiempo
que emplean en la educación de sus hijos. Lo preocupante, sin embargo, es que
estos padres no dediquen un par de horas al día a su propia educación y a la
lectura de Dostoyevsky o Thomas Mann, por ejemplo, lo que sus hijos –si les ven
a ellos hacerlo antes- harían después. Y ése es el problema, al parecer. Si le
preguntas a alguien si lee, lo normal es que te conteste que “no tiene tiempo”.
Y eso que los españoles destinan una media de cuatro horas diarias a ver la
televisión. Así que, teniendo en cuenta que también duermen de media siete
horas, ya sólo les quedan trece para hacer el resto de las cosas. Quitemos otra
hora de desayuno y aseo, otra más para comer y ocho más –con suerte- de
trabajo. ¡Todavía nos quedan tres horas! Sí, ya sé, tenemos que gastar otra más
en el trayecto o en recoger a los hijos, por lo que sólo nos quedan dos. Nos
sobra tiempo. Añadamos aún otra hora para cenar y relajarnos un poco, si la
pareja, claro está, ha trabajado equitativamente antes en las tareas domésticas.
¡Nos queda otra más! ¿La dedicaremos a leer? No, mire, es que necesito un rato
de ejercicio diario, como recomiendan la Organización Mundial de la Salud, la
publicidad y las revistas del corazón. Me parece muy bien. Otra hora de deporte
o de sexo que, según los japoneses, bien ejecutado constituye el mejor
ejercicio. ¡Ya se han cumplido las 24 horas!, dirá alguien. Pues no se
preocupe. ¿No se acuerda de que empezamos contando las cuatro horas que le
regalamos a la tele? A partir de hoy, dediquemos la primera a los clásicos; la
segunda, a novela contemporánea; la tercera, a narrativas hispánicas, y la
cuarta a la poesía o al ensayo; un orden que se puede cambiar periódicamente alterando
las dosis para incluir historia y otras lenguas. ¡En vez de cuatro capítulos de
“Juego de tronos”! ¿Se imaginan? Relájense y piensen, durante un momento, en un
país de ciudadanos cultos y políglotas, incluyendo a los políticos. ¿Y qué ven?
La magia de un libro.
IDEAL
(La Cerradura) 13/03/2016
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