Resulta
sorprendente que algunas personas tengan un escaño en el Congreso de los
Diputados, expresión (a veces) de la soberanía popular. Porque, si los
diputados son elegidos por el pueblo, ¿tenemos que creer que una parte significativa
de los ciudadanos es como Gabriel Rufián? Teniendo en cuenta que hay quien se
ha educado con TV3 o con el resto de cadenas de televisión españolas públicas y
privadas que, con la salvedad de La 2, exhiben un nivel cultural paupérrimo, la
respuesta debe ser: sí, estamos creando una sociedad de rufianes. Y a lo mejor
hay quien se acuerda ahora del desmantelamiento del sistema educativo. O de la
cesión de la competencia en educación a las Comunidades Autónomas, empeñadas en
tener su propia televisión pública, sus propios libros de texto y su propia
idea de España, cuando no de los propios ciudadanos. Porque Rufián no es muy
distinto a otros jóvenes españoles que sólo son tolerantes consigo mismos. La
diferencia es que Rufián hace botellón en el Congreso, y no en algunos pisos
del barrio de los Pajaritos, en Granada, que puede volverse infernal por la
noche, con ¿estudiantes? cantando o vomitando por los balcones, como el
diputado de ERC desde su escaño. No me parece tampoco una casualidad que las
películas españolas más taquilleras de los últimos años lleven títulos como
“Ocho apellidos vascos”, “Ocho apellidos catalanes” o “Torrente 2: misión en
Marbella”; ni que representen una España retrógrada, con personajes folclóricos
y arquetípicos de lo peor del Estado autonómico, que sin embargo vemos también
en el Congreso, donde esta semana ha empezado a trabajar la comisión que
estudiará una posible reforma de la organización territorial del Estado y de
la Constitución española. Según el CIS,
el 40% de la población quiere que el Estado de las Autonomías siga como está,
el 14% que éstas tengan mayor nivel de autogobierno, y el 11% volver a un Estado
central; el resto, pasa del tema. ¿Nuestra clase política está en la
realidad? La realidad, como la política,
se ha convertido en nuestro país en un espectáculo del que apenas nos saca la
constatación de que se ha suspendido la autonomía de Cataluña y que la Constitución
y las leyes se aplican, aunque haya quien no lo entienda. Del estupor provocado
por el procés hemos pasado al hartazgo y al postprocés, que para algunos es una
especie de postverdad en la que únicamente importa lo que ellos cuentan. ¡Un
poco de silencio, por favor! Aunque sólo sea para no tener que escuchar a
tantos rufianes.
IDEAL (La
Cerradura), 19/11/2017
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