Si
uno atiende a los testimonios de los vecinos del Realejo, algunos okupas son
capaces no sólo de transgredir las leyes penales, sino también las de la
física. Porque el edificio del antiguo Hotel Colombia, en el Carril de San
Cecilio, tiene las ventanas tapiadas con ladrillo, las puertas cerradas con
candados y planchas metálicas, pero se trata de una casa tomada por seres
capaces de introducirse por un único punto débil: un agujero cuadrangular sobre
la acera. Lo que sería quizá un desagüe o un ventanuco para la ventilación se
ha convertido en la puerta improvisada por la que los últimos inquilinos del
edificio deben arrastrarse para entrar. Y ahora viven encerrados en una
fortaleza. Hay personas empeñadas en convertir las ciudades en un espacio
inhóspito. Renuncian a las normas sociales y se sitúan tan al margen que llegan
a transformarse en reptiles, o en fantasmas que ululan en antiguos edificios. Su
rastro es reconocible en cualquier barrio, pues aprovechan cualquier grieta
para vivir en un mundo paralelo que, sin embargo, también se encuentra en éste.
Pero no son Morlocks o vampiros que se oculten de la luz del día, sino que de
día y de noche vegetan en una vida parásita que se ampara en las injusticias
sociales para vivir a costa de los demás. Personalmente, estoy harto del
discurso catastrofista de algunos colectivos que no están en la realidad, y que
simplemente han renunciado a la razón, la ciencia, el humanismo y el progreso,
que es como define Steven Pinker la Ilustración en un ensayo que debería ser
una lectura obligatoria: “En defensa de la Ilustración” (Paidós). Porque la
realidad es que vivimos en sociedades con los mejores índices de calidad de
vida de la historia, aunque sin duda sigan existiendo desigualdades lacerantes,
como las que llevan a miles de migrantes a viajar a nuestras costas. Pero qué
gran diferencia hay entre el que nace en la pobreza y se juega la vida en busca
de un futuro mejor, y aquel que, teniendo todas las posibilidades para llevar
una vida plena, decide vivir en los márgenes de ella. En un mundo feliz
orwelliano de terrorismo, drones, capitalismo, bandas, neoliberalismo, tráfico,
refugiados, desigualdad, abusos y delitos de odio que, sin embargo, sólo le
sirve para justificar su propia pobreza. Y es que, como dice Pinker, la
modernidad no ha conseguido que la vida sea demasiado dura y peligrosa, sino
demasiado agradable y segura. Y por eso hay quien prefiere renunciar a ella.
Ésa es la verdadera alienación.
IDEAL (La Cerradura),
22/07/2018
No hay comentarios:
Publicar un comentario