Esta
semana he viajado entre Motril y Melilla, en plena “Operación Paso del Estrecho”;
y la verdad es que todo ha resultado “estrechante”, desde la espera de una hora
para la salida con retraso del ferry,
hasta el viaje en el propio barco de la Compañía Naviera Armas, demasiado
pequeño para los viajeros y sus familias, que en una especie de competición
buscan el mejor sitio para acomodarse, cuando no tumbarse, pues actualmente el
trayecto de 92 millas náuticas entre la península y el continente africano no
puede hacerse en menos de –con suerte- seis horas. Los prejuicios sobre la
inmigración deben de haber influido en la empresa naviera, que trata a los pasajeros
como si fueran de tercera. Probablemente será mejor –y más rentable- viajar
entre las islas Baleares o entre las islas Canarias, pero que yo sepa Melilla
sigue siendo una ciudad española, donde las leyes y los servicios públicos que
se prestan en el resto del país deberían ser exactamente los mismos. Sin
embargo, el panorama autonómico y provincial español es en este sentido
catastrófico. La descentralización de los servicios públicos no ha contribuido
a mejorarlos ni al bienestar de los ciudadanos, sino a una competición sobre la
privatización y el abaratamiento de dichos servicios, aunque al mismo tiempo
las comunidades y corporaciones locales no dejen de pedir mayores recursos.
Esta semana hemos leído que el ministerio de Hacienda pretende ceder a los
ayuntamientos las competencias para los servicios de dependencia. ¿Se ha
pensado antes cómo van a financiar los municipios esta prestación social? Porque
la cesión de las competencias en educación o sanidad a las comunidades
autónomas, por ejemplo, no ha mejorado la prestación de estos servicios en la
totalidad del territorio español, sino que, muy al contrario, ha generado
situaciones de desigualdad despendiendo de la comunidad de que se trate, como
también desigualdades fiscales en los tributos cedidos para poder financiarlos.
¿Y qué decir de la educación? Si la educación siguiera siendo una competencia
estatal nos habríamos ahorrado el problema catalán, donde, hace diez años, sólo
una parte residual de la población aspiraba a la independencia. ¿Y el País
Vasco, donde desde las instituciones se ha llegado a apoyar a ETA? Tenemos una
extraña idea de lo que es el progreso. Y quizá deberíamos cruzar más el Estrecho
para darnos cuenta, en un viaje de ida y vuelta. Porque nuestras sociedades
serán sin duda multiculturales y multirraciales, pero únicamente tan pobres
como nos empeñemos en que lo sean. Y la marginación sólo genera pobreza.
IDEAL (La Cerradura),
8/07/2018
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