Pedro
Sánchez se ha convertido en una caricatura de presidente. Quizá, su modelo sea
Barack Obama, pero ni las gafas de sol le quedan igual, ni el avión es el mismo,
ni tiene los mismos motivos para escribir un libro. De hecho, es un presidente
que, por mantenerse en el poder, es capaz de pactar con el diablo, que en este
caso es el nacionalismo catalán, que aunque representa apenas un diez por
ciento del electorado español, pretende desmantelar las instituciones
democráticas. Y con el entusiasmo de este presidente bluff, que sin representar
a la fuerza política más votada ni en España ni en Cataluña, se salta los
mecanismos parlamentarios a base de decretos leyes o de negociaciones políticas
paralelas. Pero es que la política española se convirtió hace tiempo en
Operación Triunfo, y por eso en vez de estadistas tenemos en la primera fila
política a personajillos obsesionados con su imagen y su presencia públicas, y
que no demuestran más principios políticos o personales que los que dictan
Twitter o Instagram. Y helos ahí, presumiendo de fachada. Algo que, por otra
parte, ocurre en casi todos los ámbitos de la sociedad española, desde la
empresa a la cultura. A los partidos, a las editoriales o a los medios de
comunicación (por citar tres ámbitos presuntamente intelectuales), lo que les
interesa es el número de seguidores que puedan tener políticos, escritores o
periodistas, que necesitados de admiradores dedican gran parte de su tiempo (se
ve que aquí nadie trabaja) a pronunciar con gran solemnidad absolutas naderías.
¿A alguien le extraña que nuestros adolescentes que pueblan las redes muestren
a su vez un nivel cultural pésimo? ¿Que consideren al otro o la otra como una
mera efigie o un objeto? Lo grave es que no se trata de culto a la
personalidad, que suele estar vacía, sino de culto al avatar. De la adoración
al doble del que fue un ser humano responsable; pero que ahora, por encima de
cualquier otra consideración, debe estar presente en plataformas reales o
virtuales, aunque sea diciendo twitterías. Lo lamentable es que nos tomemos en
serio a estos avatares, sobre todo en la política. Porque de tener un
presidente bluff a una democracia bluff hay poca distancia. Quién iba a
decírselo a Juan Marsé, cuando utilizó este término para referirse a una
escritora de cuyo nombre no voy a acordarme y que resultó ganadora del premio Planeta.
Los bluff son ya mayoría en la cultura, la política o el deporte. Candidatos
para elecciones varias o presidentes del Gobierno.
IDEAL (La Cerradura),
10/02/2019
No hay comentarios:
Publicar un comentario