domingo, 24 de febrero de 2019

Violencia


Observo cómo se saludan dos adolescentes a la puerta de un instituto: se dan patadas y puñetazos en los hombros; se ríen, aunque se ve que a uno el dolor le impide reír la gracia. Luego se suman otros conocidos y aumentan las patadas y puñetazos, las risas y los gritos de dolor. “¡Oye, no te pases!”, dice una chica, que ha pegado y recibido como los demás, pues se trata de una violencia mixta y consentida, para relajar las hormonas antes de entrar a clase. Porque eso sí, el afecto –debe de serlo- físico y exagerado cesa cuando atraviesan el umbral de la puerta del edificio, donde no entran los puñetazos y los insultos. Y no sé por qué, pienso en el parlamento español y en la campaña electoral que se avecina, en el discurso del odio que destilan entre sonrisas Pablo Casado o Santiago Abascal, el que apadrina el presidente de la Generalitat Quim Torra en Barcelona, convertida en una ciudad desagradable e inhóspita, donde ya no se pueden ejercer el derecho a trabajar o la libertad de expresión sin que te agredan o escupan. Uno se admira del cambio de esta ciudad cosmopolita como del de nuestra clase política, que ni a sí misma se respeta, dentro o fuera del Congreso de los Diputados. Y eso en una semana que recordamos la muerte de Antonio Machado en el exilio, en Colliure, esa localidad francesa que también reclama el soberanismo catalán, además de la cordura. Y se recordaban los últimos versos que escribió el poeta en un papel arrugado: “Estos días azules y este sol de la infancia”. En un país que, sin embargo, no parece recordar ya nada, y que se empeña en desenterrar viejos odios sin explicar ni explicarse lo que le pasa. Lo ilustró perfectamente el todavía presidente del Gobierno Pedro Sánchez al presentar su manual de autoayuda acompañado de un presentador de televisión y una periodista –no sé si puede llamarse así a Mercedes Milá- que se dedicó a hacer crónica rosa de los adversarios políticos, entre las risas del consejo de ministros en pleno. Otro insulto a la inteligencia y una desgracia, pues nos da el nivel de quienes toman las decisiones que afectan a cuarenta y seis millones de ciudadanos españoles. Antonio Machado también escribió: “Castilla (leamos España) miserable, ayer dominadora, envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora. ¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada recuerda, cuanto tuvo la fiebre de la espada?” No traerá nada bueno tanta violencia gratuita. Ni en las urnas.
IDEAL (La Cerradura, 24/02/2019)

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