A
las puertas de la cuarta revolución industrial, el ser humano se ha convertido
en un mono cibernético, plano como una pantalla e incapaz de realizar las
tareas creativas de sus ancestros primates. Lo único que nos emparenta con nuestros
primos es la postura, pues caminamos por la calle cabizbajos, absortos en el
móvil. Hasta en la playa hemos cambiado nuestras costumbres: ya no nos bañamos,
sino que navegamos por Internet, aunque sudemos a chorros. Como mucho hay quien
se da un rápido chapuzón para poder continuar chateando con otros monos
cibernéticos. ¿Cómo serán? Se observa un nuevo comportamiento: la agresividad
digital. No somos capaces de mantener una conversación si no se ve refrendada
por la tendencia mayoritaria en una red social. Algunas personas, cuando
hablan, se presionan repetidamente en las sienes –derecha o izquierda,
dependiendo de la etiqueta política-, pensando “me gusta, me gusta”, e
imaginando la aprobación virtual, aunque perdiendo la atención del interlocutor
físico. O bien dibujan una mueca en su cara, transformada de pronto en un
emoticono reconocible por todos, aunque les duelan la boca y la mandíbula, las
cuencas de los ojos desorbitados o cerrados fuertemente para que algunas
lágrimas salgan despedidas de las comisuras. También hay a quien, sin contacto
con el móvil, se le agarrotan los dedos y aprieta los dientes, preguntándose
cuántos comentarios se habrá perdido, cuántas veces habrán pinchado en su
última foto, recién salido de la peluquería animal. Pero mis preferidos son los
que hablan solos. Bueno, hablan con alguien, aunque si tú los miras, hablan
solos. No porque tú los mires, sino porque efectivamente no van con nadie
mientras pasean, corren o hacen la compra. Eso sí, el mono cibernético lleva
unos auriculares puestos que lo aíslan del mundo, aunque todo el mundo oiga que
lleva sin mojar tres semanas, que su marido se pasea en verano por la casa en
pelotas, que su hija ha perdido la cabeza por un imbécil, o que ese imbécil
jamás aprobará las oposiciones y que de los nervios le ha salido un sarpullido
dolorosísimo en la ingle. Al mono cibernético no le importa que le oigamos,
porque está convencido de que en ese momento no existe nadie más que otro mono
cibernético, aunque seamos unos cien homínidos los que hacemos cola en el
supermercado. Y a esto le llaman la revolución digital. Ver sin ver, oír sin
oír, tocar sin tocar. El mono cibernético sólo se despierta cuando le quitas su
sitio en la playa. Entonces se cabrea como un ser humano.
IDEAL (La Cerradura), 14/07/2019
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