domingo, 14 de julio de 2019

El mono cibernético


A las puertas de la cuarta revolución industrial, el ser humano se ha convertido en un mono cibernético, plano como una pantalla e incapaz de realizar las tareas creativas de sus ancestros primates. Lo único que nos emparenta con nuestros primos es la postura, pues caminamos por la calle cabizbajos, absortos en el móvil. Hasta en la playa hemos cambiado nuestras costumbres: ya no nos bañamos, sino que navegamos por Internet, aunque sudemos a chorros. Como mucho hay quien se da un rápido chapuzón para poder continuar chateando con otros monos cibernéticos. ¿Cómo serán? Se observa un nuevo comportamiento: la agresividad digital. No somos capaces de mantener una conversación si no se ve refrendada por la tendencia mayoritaria en una red social. Algunas personas, cuando hablan, se presionan repetidamente en las sienes –derecha o izquierda, dependiendo de la etiqueta política-, pensando “me gusta, me gusta”, e imaginando la aprobación virtual, aunque perdiendo la atención del interlocutor físico. O bien dibujan una mueca en su cara, transformada de pronto en un emoticono reconocible por todos, aunque les duelan la boca y la mandíbula, las cuencas de los ojos desorbitados o cerrados fuertemente para que algunas lágrimas salgan despedidas de las comisuras. También hay a quien, sin contacto con el móvil, se le agarrotan los dedos y aprieta los dientes, preguntándose cuántos comentarios se habrá perdido, cuántas veces habrán pinchado en su última foto, recién salido de la peluquería animal. Pero mis preferidos son los que hablan solos. Bueno, hablan con alguien, aunque si tú los miras, hablan solos. No porque tú los mires, sino porque efectivamente no van con nadie mientras pasean, corren o hacen la compra. Eso sí, el mono cibernético lleva unos auriculares puestos que lo aíslan del mundo, aunque todo el mundo oiga que lleva sin mojar tres semanas, que su marido se pasea en verano por la casa en pelotas, que su hija ha perdido la cabeza por un imbécil, o que ese imbécil jamás aprobará las oposiciones y que de los nervios le ha salido un sarpullido dolorosísimo en la ingle. Al mono cibernético no le importa que le oigamos, porque está convencido de que en ese momento no existe nadie más que otro mono cibernético, aunque seamos unos cien homínidos los que hacemos cola en el supermercado. Y a esto le llaman la revolución digital. Ver sin ver, oír sin oír, tocar sin tocar. El mono cibernético sólo se despierta cuando le quitas su sitio en la playa. Entonces se cabrea como un ser humano.
IDEAL (La Cerradura), 14/07/2019

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