Nuestra
tranquilidad requiere un esfuerzo ímprobo. Para que uno pueda tomarse unas
vacaciones hace falta que miles de personas sigan haciendo su trabajo sin
quejarse, aunque haga un calor capaz de derretir cualquier determinación. Sin
embargo, nuestros políticos se empeñan en que vivamos en la provisionalidad,
con un gobierno en funciones, unos presupuestos prorrogados que deberán
prorrogarse de nuevo y sin ninguna propuesta de reforma o de cambio, pues del
bipartidismo hemos pasado a un parlamento fragmentado, donde la pluralidad se
ha convertido en impotencia, con partidos enquistados en sus propios intereses,
que nada tienen que ver con los de los ciudadanos. ¿Habrá unas nuevas
elecciones? Si las hay, el porcentaje de abstención quizá bata una nueva plusmarca,
la de una clase política cada vez más deslegitimada y capaz de socavar la
propia democracia. Al respecto, la opinión de los ciudadanos es meridiana:
“¿Para qué hemos ido a votar”? El juego de sillones aburre hasta a sus
protagonistas, aunque sigamos gastando energía y palabras para tratar de
explicarnos tanta estulticia. Eso sí, la primera decisión que toman diputados y
concejales es subirse el sueldo. Por lo que pueda pasar. Aunque por currículo y
capacidades no puedan trabajar en ninguna empresa. Si no hay gobierno en julio
será en septiembre. Si no lo hay en septiembre, convocaremos elecciones en
noviembre. Para el caso, los recursos son públicos, y siempre existirá la
posibilidad de subir los impuestos. Día a día, nuestros políticos demuestran
que son incapaces de hacer un plan a largo plazo, acometer reformas sociales,
construir un futuro para las nuevas generaciones que los ven como si fueran
extraterrestres que hablan un lenguaje incomprensible, desconectado de la
realidad. La gente, a 21 de julio de 2019, está hasta los cojones, y quizá sea
esta una fecha distópica, donde se inicie una revolución silenciosa. No se
levantarán guillotinas ni barricadas, sino que empezará con un silencio
sepulcral. A partir de hoy, nadie va a hablar de la clase política, que vaciará
las redes sociales, portadas y telediarios. No se comentarán más las frases
vacías, los acuerdos incumplidos, las promesas fantásticas. Los candidatos irán
licuándose, y del cuerpo político sólo quedará una carcasa, una piel hinchada
que terminará colgada en un armario del Congreso. Porque la vida sigue a pesar
de la provisionalidad en la que pretenden instalarnos. Y quizá vivamos mejor
sin gobierno, sin parlamento ni ayuntamiento, sin concejales, senadores ni
diputados, en una sociedad administrada por funcionarios. Cuánta energía
requiere también el silencio. Hay que tomarse vacaciones incluso de la
provisionalidad.
IDEAL (La Cerradura), 21/07/2019
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