domingo, 28 de julio de 2019

Actores


En la fallida sesión de investidura, el Oscar al mejor actor se lo llevó Gabriel Rufián, que casi pareció sensato y les hizo saltar las lágrimas a los votantes de izquierda. Sobre todo, cuando contó cómo le explicaba las constelaciones al hijo de Oriol Junqueras, que está en la cárcel, pero que ha escrito un libro de cuentos para niños –“los que no puede leerles a sus hijos”-. Rufián les ha regalado el libro a Pedro Sánchez y a Pablo Iglesias, que si lo leen tendrán pesadillas sobre ogros constitucionalistas y sueños felices de independencia. Eso sí, en su despedida del Congreso todos utilizaron un tono sosegado, tirando a displicente, el tono que usan algunos padres cuando hablan a sus hijos, como si fueran imbéciles. Es el tono habitual de Pedro Sánchez, que lo exagera incluso cuando habla en televisión, como hizo el pasado jueves en el informativo de Pedro Piqueras nada más salir del Congreso, por lo que el público pensó lo mismo que esos niños piensan de sus padres cuando los tratan como imbéciles. Y qué decir de Pablo Iglesias, en su papel de tipo hipersensible e hipersensato. O de Adriana Lastra, que cerró el debate en plan Padrino, aunque las amenazas de muerte las transmitiera con todo el cariño. Quizá por eso Albert Rivera sólo sabe hablar de “la banda”, que es lo que parece ahora su partido, unos pandilleros que se dedican a perseguir fantasmas. Los que miraba Pablo Casado en el Congreso: ¿los Reyes Católicos? Por favor. Ese gesto le gustaría a Santiago Abascal, que se apropió de Miguel de Unamuno, al que se nota que no ha leído. Pues esto es lo que tenemos, actores alentados por sus partidos, donde hay guionistas que escriben argumentos que poco tienen que ver con los intereses de los españoles. Interesa más el clímax, la puesta en escena, aunque como en Juego de Tronos –esa referencia de Pablo Iglesias y tal vez de toda la clase política y de la propia sociedad- los personajes sean planos y carezcan de profundidad. Están construidos con tópicos, y dejan al ser humano anclado en la Edad Media. La diferencia es que en el Congreso aún no hay sexo ni violencia explícitos, que es lo que atrae a la audiencia. Sí hay, sin embargo, traiciones y vilezas. Y lo que parece una estupidez congénita. Mientras hablaban los portavoces, los diputados comentaban la jugada en grupos de WhatsApp. La llevamos clara. Porque el público va a pasar olímpicamente de la próxima ceremonia.
IDEAL (La Cerradura), 28/07/2019

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