La
crisis por el coronavirus está revelando aspectos insospechados de las
costumbres humanas. El uso excesivo de papel higiénico, por ejemplo, lo primero
que se ha agotado en los supermercados españoles, y no porque la gente esté
cagada de miedo. Por lo visto, la gente lo utiliza para sonarse los mocos, como
servilleta (no creo que para escribir historias), hay quien tiene siempre un
rollo encima de la mesa del comedor o de la oficina, y quien lleva uno en el
bolso. “Este hotel es de categoría”, le oí decir una vez a un abuelo, “tiene
dos rollos de papel en el cuarto de baño”. ¡Dos rollos! Hoy es casi imposible
tener uno solo, ni siquiera en el cuarto de baño de casa. Para qué servirá el
bidé. Se ha llevado todos los rollos la vecina del quinto, que el otro día
subió al ascensor con medio supermercado, que ya tenía las estanterías vacías
cuando yo llegué. ¿Se estará exagerando un poco? El vecino del primero se está
construyendo en el garaje una especie de refugio antivirus. Ha cerrado la plaza
con una puerta hermética, ha puesto estanterías para la comida y el agua, un inodoro
químico y ventiladores, aunque no sé si le compensará inhalar mientras termina
su obra tanto anhídrido carbónico. El hombre no hace más que toser y le cuesta
trabajo respirar, como si tuviera el
Covid-19. Lo peor es si hace calor y sudas un poco. Qué miradas de espanto. Qué
manera de rociarse con alcohol las manos, ya con la piel irritada y
estropajosa. ¡No te acerques, por favor! Y es que la salud es un estado
provisional que no presagia nada bueno. Mejor cultivar el espíritu. La sociedad
puede aprovechar la cuarentena para meditar un poco, recordar lo que era leer,
perder el tiempo, estar con la familia. Lo mismo el mundo se vuelve más
sostenible y se ralentiza el cambio climático. Podemos aprender a no tener
tanta prisa. Preservar la salud mediante un riguroso régimen puede ser la peor
de las enfermedades. Y qué decir de los remedios políticos. Algo bueno tendrá
que la población se quede en casa, si logra estar a gusto consigo misma.
Escribió Quevedo que la enfermedad más peligrosa, después del doctor, es el
testamento: más han muerto porque hicieron testamento que porque enfermaron.
¿Crecerá exponencialmente el número de divorcios? Si también se suspende la
justicia, nos dará tiempo para arrepentirnos. Mejor hacer el amor que la
guerra. Pero sin tocar. Eso sí que tiene mérito.
IDEAL (La Cerradura), 15/03/2020
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